En las entrañas de La Libertad, una región olvidada por el Estado, Mónica Vergara Amaya emprendió su último viaje. Era una maestra rural, una de esas heroínas anónimas que desafían la adversidad para llevar educación a los rincones más inhóspitos del país. Pero esta vez, las lluvias torrenciales y la falta de infraestructura se convirtieron en su peor enemigo. Mónica no llegó a su destino. Su muerte no solo enluta a la comunidad educativa, sino que también expone la cruda realidad de miles de docentes que arriesgan sus vidas en zonas de difícil acceso.
El ministro de Educación, Morgan Quero, lamentó su fallecimiento, pero sus palabras generaron polémica. “No era tan necesario que corra riesgos”, dijo, sin profundizar en las condiciones precarias que obligan a los maestros a emprender trayectos peligrosos. Su declaración, lejos de ser un consuelo, encendió las alarmas sobre la indiferencia del Estado ante las necesidades urgentes de las escuelas rurales.
La escuela donde Mónica trabajaba está enclavada en una zona de difícil acceso, donde los caminos son intransitables y el transporte es casi inexistente. Los docentes deben recorrer largas distancias a pie, expuestos a las inclemencias del clima y a los riesgos de derrumbes y desbordes. Este no es un caso aislado: es el reflejo de un sistema que ha dejado en el abandono a las comunidades más vulnerables.
El Sindicato Unitario de Trabajadores en la Educación del Perú (SUTEP) había advertido sobre esta situación. A través de un oficio, solicitaron la implementación de clases remotas en zonas afectadas por las lluvias, pero no obtuvieron respuesta. “Lamentablemente, esta tragedia pudo haberse evitado”, afirmaron desde el gremio. Mónica no debería haber tenido que elegir entre su vida y su vocación.
El relato de su último viaje es desgarrador. Junto a otros tres colegas, Mónica se extravió en medio de la neblina y las lluvias. Aunque los pobladores lograron rescatarla, las condiciones extremas y la falta de atención médica inmediata resultaron fatales. “Presentó convulsiones y, a pesar de los primeros auxilios, no pudimos salvarla”, narró el director de la escuela.
La muerte de Mónica Vergara Amaya es un llamado de atención urgente. No basta con lamentar su pérdida; es necesario actuar. Mejorar la infraestructura, garantizar transporte seguro y priorizar la educación remota en zonas de riesgo son medidas que no pueden esperar. Mónica era una soldado de la patria, como la definió el ministro, pero su sacrificio no puede ser en vano. Es hora de que el Estado cumpla con su deber y proteja a quienes llevan la luz del conocimiento a los lugares más oscuros del país.