Escribe Federico Rosado
Andrés Avelino Hurtado Grados, alías “Chibolín” es un personaje complicado por la vida, nacido de la pobreza de un país. Tal vez el ser pobre sea el origen de sus torceduras que hoy conocemos.
Porque ser pobre, me refiero a la condición económica, es la negación absoluta de la existencia. Renuncias a toda aspiración. Es la historia de 700 millones de personas en el mundo, con menos de 10 soles diarios para… ¿Para qué? La pobreza es tristeza.
En el caso de Hurtado, su histrionismo chabacano con demanda asegurada devino en la miseria del gusto creado por una clientela sabatina fiel. Muestra de ello es la televisión y la sarta de figuras que gozan de una audiencia cuyo placer necesita ser alimentado cada vez más; hoy, eso se ha trasladado a las redes sociales.
Para Hurtado la fama lo empoderó y lo insatisfizo creándole un afán en que el dinero se hace imprescindible y por supuesto fuente de un estatus en el que la ostentación suple y llena todo.
La indigencia ética se verifica en sus espacios televisivos, donde su mando brilla con plenitud, con impunidad completa: hacía y deshacía sin límites, se vanagloriaba en un trono desde el cual imperaba.
Ese dominio, sin embargo, tiene un componente que no logro comprender: sus específicas vinculaciones con jueces y fiscales. Hay una cuestión prejuiciosa: cómo se relacionan magistrados con formación académica y profesional, seleccionados mediante concurso público con un cómico de la tele cuyo nivel educativo es elemental. Cuál es la lógica de estas conexiones. Si es la plata, entonces ya no tenemos salvación.
El pronóstico que todo esto será como siempre: puro show; nada de qué aprender, ni mirar a los millones de pobres peruanos que han olvidado qué es vivir bien. Cuándo será que nos saneemos como nación, que desechemos las prácticas deshonestas y que incluso son motivo de aspiración. Sonará fuerte pero en el fondo de cada uno hay un «Chibolín» al que tenemos como modelo sin distinción de género, nivel socioeconómico, profesión u oficio. Chibolines hay en la historia del Perú, visibles o invisibles, en la escalera del poder, intentando ascender, con la galanura de rozarse con las autoridades y el dispendio a mano rota, a la espera de otro espécimen de similar calaña.
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