Su sonrisa de mujer y niña a la vez, perfecta, podría causar que cualquier hombre pierda el corazón y la cabeza. Cuando entreabrió sus labios para decirme su nombre, desperté.
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Cuentos
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Historias al atardecer: El peso del costal
Durante el viaje, el muchacho no paró de hablar. Que si estudiaba enfermería, que si su padre tenía una carnicería, que si necesitaba la plata para ayudar en la casa.
Historias al atardecer: Aún perdura la bulla de los molles
Los padres de ella ya habían empezado a hablar de pretendientes. Un muchacho de buena familia, hijo del dueño de la ferretería más grande de la ciudad. Alguien con futuro, decían.
Planeta Cadáver: El desafío
Aurelio aceptó el reto para probar que no era un cobarde, pero lo que halló en la casa del desafío fue algo más feroz que sus miedos. La señal que debía confirmar su hazaña fue la carnada perfecta: una mano cercenada saludando desde la ventana. El horror se desató con la ingenuidad de sus amigos.
Planeta Cadáver: Padre e hijo
Luego que la ira fuera aplacada por mandato y cediera su lugar a la conciencia de la responsabilidad dictaminada y el entendimiento superará la incredulidad y el terror que provocaba conocer su designio
Historias al atarceder: Busco nuevo trabajo
Dos meses antes de estar parado allí, tragando saliva ante los ojos de su esposa, Joaquina le había preguntado si pensaba alguna vez dejar a su mujer y él le respondió que no lo pensaba hacer, por los hijos claro.
Historias al atardecer: El mate de cedrón sabe mejor con la verdad
María se quedó inmóvil. De repente, como si una puerta se abriera en su memoria, recordó vívidamente aquella tarde de lluvia serrana un año atrás. Su abuela, con los ojos perdidos en la ventana, le había murmurado mientras tejía…
Historias al atardecer: “Dile que no tenemos más sencillo”
Ella salía arrastrando las yanonaras, el mandil floreado sobre el vestido raído de siempre, y acomodaba los panes tres puntas en la canasta de mimbre. Ese era su único producto estrella que se vendían a manos llenas
Planeta Cadáver: Misa de difuntos
Jorge miró con desconcierto a ese hombre que hablaba de la muerte de su hermano como de algo que no merece la atención que él exigía por la gravedad de las circunstancias.
Historias al atardecer: El final del universo conocido es de color morfina
Cuando escuchó la palabra «lo siento», se derrumbó, era el preludio de lo que intuía, no habría marcha atrás. Intentó ser fuerte y por lo menos mirarlo a los ojos cuando completara la frase final.