En una esquina de la urbanización César Vallejo, en Paucarpata, funciona un consultorio que no solo cura pies: también consuela, escucha y devuelve confianza. Allí trabaja Rosa Santos Chuinga —la “doctorita Rosita”—, una podóloga con 18 años de experiencia que levantó su empresa a partir de una historia de lucha, maternidad y una vocación de servicio que late desde la infancia.
Rosita nació en Piura, creció en Lima y llegó a Arequipa hace dos décadas. Su vida no fue sencilla: perdió a su padre cuando era niña, vivió con familiares que la acogieron a cambio de trabajo y enfrentó una niñez marcada por la necesidad. Pero allí también se forjó su carácter. “La vida me motivó a estudiar”, recuerda. La maternidad llegó temprano, junto con la urgencia de encontrar una carrera que fuera rentable y compatible para criar a sus hijos sin repetir la historia que ella vivió.
Camino a su vocación

Antes de convertirse en podóloga, trabajó de todo: cuidadora de pacientes, masajista, terapeuta reductora y asistente clínica. Su primer camino profesional fue la enfermería, donde descubrió la vulnerabilidad de quienes sufrían problemas en los pies. Durante sus prácticas vio por primera vez casos reales de pie diabético, uñas severamente comprometidas y dolores crónicos que afectaban la vida cotidiana. Algo hizo clic. Empezó a estudiar podología y cuanto más aprendía, más claro era su propósito. “Es una carrera humilde, sencilla, pero valiosa. Los pacientes buscan ayuda… y uno puede mejorarles la calidad de vida”.
El impulso para emprender nació en casa. Con hijas pequeñas y un mundo cada vez más peligroso, decidió que quería estar presente, protegerlas y darles el ejemplo de que todo es posible. Empezó atendiendo a domicilio, luego en un pequeño espacio, y hoy sueña con abrir una sucursal más amplia y profesional. “Mis hijos fueron mi motivación. Yo tenía que demostrarles que cuando uno se propone algo, lo logra”, explica.
Confianza que se siente

Su consultorio funciona casi como un refugio. Los pacientes que llegan con vergüenza terminan conversando, riendo y confiando. Muchos regresan no solo por el tratamiento, sino por la calidez. Rosita no cobra consulta: evalúa, explica y recién entonces fija un precio accesible. Su visión es clara: la podología es prevención, acompañamiento y humanidad.
Atiende uñeros, hongos, pie diabético, juanetes, callos, uñas encarnadas y casos complejos. Pero también ha salvado vidas: una vez detectó un lunar sospechoso en la planta del pie que resultó ser cáncer de piel. “Por eso siempre digo: aunque los pies parezcan sanos, hay que ir al podólogo dos veces al año”, añade Rosa Santos.

Hoy trabaja de lunes a sábado —incluso feriados— de 8 a.m. a 8 p.m. Atiende por cita y también realiza visitas a domicilio. Su sueño es seguir creciendo, arriesgando y mejorando. “Todo se puede. Hay miedo, claro, pero si no arriesgamos, nunca sabremos si podría funcionar”, manifiesta.
Con firmeza, deja un mensaje para quienes aún dudan en emprender: “El miedo es normal, pero hay que avanzar con miedo y todo. Sobre todo las mujeres: si nos proponemos algo, lo logramos”. Para ella, la podología es más que una técnica: es cuidado, respeto y amor propio. “El que no se cuida los pies, no se quiere”, dice entre risas. Rosita Santos, la podóloga de Paucarpata, no solo sana pies: sana historias.




