Historias al atardecer Por Sarko Medina Hinojosa

Ricardo Palma caminaba por la antigua calle de Plateros con un cartel: «Se buscan libros para reconstruir la Biblioteca Nacional». En la esquina de Carabaya chocó con un hombre de bastón.

—¿Jorge Luis? —preguntó Ricardo, recordando que leyó sobre él en uno de los libros inventados que terminó materializándose en su biblioteca una tarde. 

—¿Ricardo? La ironía quiere que dos futuros ciegos se encuentren buscando libros —respondió Borges sonriendo.

Siguieron juntos. En la Plaza de Armas se les unió un joven flaco con anteojos.

—Oigan, no me ignoren, soy Roberto, también fui bibliotecario —dijo—. En Rancagua.

—¿Bolaño? —preguntó Jorge Luis—. Te leí ya muerto.

—Sí, leer es matar lentamente al autor. 

Más adelante los alcanzó un hombre mayor, elegante:

—Juan José Arreola, ex director de bibliotecas en Jalisco. ¿Puedo acompañarlos?

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Ricardo.

—Inocente amigo, vamos a la Biblioteca de Babel —respondió Borges—. Permaneceremos seleccionando libros, para que lean los que no quieren nuestra muerte.     

Ricardo sintió que lo levantaban del suelo. Abrió los ojos: estaba tirado en la vereda, rodeado de transeúntes.

—Eso le pasa por leer mucho —dijo alguien que lo conocía.

Ricardo sonrió:

—Agradecido por el halago.

Continuó su mendigar librero por las calles limeñas.