Por Augusto Santillana. Analista político
En su mensaje a la Nación del 28 de julio de 2025, Dina Boluarte incluyó, de forma oral y fuera del discurso escrito, la comparación de Bolivia con Cuba y Venezuela, indicando que, si no fuera por su administración, el Perú habría caído en el caos económico y en la situación de “un país fallido”. El Gobierno de Bolivia respondió enérgicamente, calificando las declaraciones de inadmisibles y llamando al encargado de negocios peruano para expresar su profundo rechazo. El Gobierno boliviano consideró que las palabras de Boluarte dañan las relaciones bilaterales.
La acepción de “Estado fallido” es un concepto amplio que se difundió con mayor fuerza en los años noventa. Un Estado fallido es aquel que no puede garantizar su propio funcionamiento ni los servicios básicos a la población. Esto puede deberse a que ha perdido el monopolio de la fuerza, sufre un vacío de poder, tiene una legitimidad disputada o instituciones frágiles, o carece de capacidades y recursos para satisfacer las necesidades esenciales de sus ciudadanos. Los Estados fallidos se caracterizan por su incapacidad para controlar el territorio, su falta de autoridad o su pérdida de presencia ante la comunidad internacional. Pero son características tan amplias que pueden aplicarse a países con rasgos y situaciones muy distintas. Dos Estados que se han calificado como fallidos son Venezuela y Haití, que sufren crisis políticas, económicas y humanitarias. También Yemen, devastado por la guerra; Sudán del Sur, independiente desde 2011 y que apenas ha empezado a desarrollar sus instituciones; o Somalia, lastrada por el terrorismo y el desgobierno.
Bajo la figura omnipresente de Evo Morales durante casi veinte años, Bolivia ha virado hacia un nuevo gobierno de centro derecha, dejando atrás lo que se dio en llamar el “socialismo del siglo XXI”. El presidente electo, Rodrigo Paz, asumirá el mandato del país andino el próximo 8 de noviembre, con la difícil tarea de sacar a Bolivia del riesgo de convertirse en un Estado fallido. No obstante, en gran medida, algunas características coinciden con dicho calificativo: la gran escasez de divisas ha paralizado la actividad económica, aunada a la falta de combustibles; no cuenta con reservas internacionales que garanticen su capacidad de pago, no hay nuevos yacimientos de gas y el litio no despega. Tan intrascendente para la región es Bolivia hoy en día que, en el aniversario de sus fiestas patrias, el pasado mes de agosto, no recibió la visita de ningún mandatario.
Por la cercanía que tenemos con el hermano país, es importante conocer las propuestas que tiene en manos el nuevo gobierno boliviano. Entre las principales está el llamado “Capitalismo para todos”, entendido como una economía abierta para todos —grandes y pequeños, formales e informales—; la reducción de impuestos y aranceles; y la reforma del sistema cambiario. También se propone la reapertura de relaciones con Estados Unidos, la descentralización de los recursos públicos y el denominado “50-50”, que pretende reformar el Estado mediante medidas de eficiencia burocrática. Su plan busca además la formalización de pequeñas empresas y negocios, y asegura que los dólares que necesita el Estado “saldrán del colchón donde la gente los guarda” cuando se recupere la confianza en la economía.
Quizá su medida más complicada sea retirar los subsidios a los combustibles, que incrementan incesantemente el déficit fiscal. Ha señalado que existe consenso ciudadano para retirar paulatinamente dichos subsidios, aunque ha prometido mantenerlos para los sectores más vulnerables. Actualmente, Ecuador atraviesa un serio conflicto interno por la decisión de su presidente de eliminar los subsidios a los combustibles, lo que ha generado masivas protestas e incluso atentados en el país bananero.
El problema es que Bolivia no tiene efectivo disponible para afrontar dichos cambios y ha señalado que no recurrirá a préstamos del FMI, como sí lo ha hecho el presidente argentino Javier Milei, algo que no agrada a muchos argentinos, cuyo destino —según se dice— pende de Trump. No habrá “shock” económico en Bolivia, y pareciera ser que el país necesita un ajuste fuerte, a riesgo de que las medidas dispuestas por Rodrigo Paz no sean suficientes para sacar su economía del fondo donde se encuentra. Todos deseamos que les vaya bien a los vecinos bolivianos y puedan encaminarse hacia el progreso, dejando atrás su precaria condición y erradicando, para siempre, esa percepción fantasmal de ser un Estado fallido.




