Lic Miguel E. Zegarra López. www.mzegarralopez@gmail.com
La vacancia de la presidenta Dina Boluarte, aprobada por el Congreso en este último jueves, vuelve a poner sobre la mesa la fragilidad institucional del Perú. Desde la época de Alberto Fujimori hasta hoy, ningún gobierno ha logrado completar su mandato sin enfrentar crisis severas, renuncias o destituciones.
Este patrón no es casual; refleja un Estado débil, una clase política fragmentada y desprovista de conocimiento y una ciudadanía que desconfía profundamente de sus autoridades.
Fujimori marcó el inicio de la era moderna del Perú, combinando un orden autoritario con liberalismo económico. Logró estabilizar una economía en crisis y derrotar al terrorismo, pero a costa de socavar las bases democráticas. Desde entonces, presidentes como Toledo, García, Humala, Kuczynski, Vizcarra, Castillo y Boluarte han navegado entre la esperanza y el desencanto. Algunos lograron avances macroeconómicos, pero ninguno logró fortalecer la institucionalidad.
A pesar de todo, el Perú mantiene una economía que se resiste. El Banco Central de Reserva proyecta un crecimiento cercano al 2.5% para 2025, con inflación controlada y una deuda pública baja en comparación con la región. Sin embargo, la informalidad supera el 70% y la pobreza afecta a más de una cuarta parte de la población. El crecimiento, sin redistribución, solo amplía las brechas entre un país moderno y otro que sobrevive al margen del sistema.
Los recursos naturales siguen siendo el motor principal. El cobre, el gas y el oro ofrecen una oportunidad para un desarrollo sostenible, siempre que vengan acompañados de políticas transparentes y participación social.
Pero sin un pacto político estable, ni el mejor yacimiento podrá sostener la confianza ciudadana. El Perú no es un país pobre; es un país empobrecido por la desconfianza. La vacancia de Boluarte no debería ser celebrada como una victoria de un sector, sino asumida como una derrota colectiva.
Mientras los peruanos no convirtamos a la resiliencia en un proyecto común, la nación seguirá atrapada en el mismo ciclo: abundancia en recursos, escasez en fe institucional.