Abg. Arturo Montesinos Neyra. Analista político

El valle, con sol alto y noches frías, cultiva uvas desde tiempos virreinales y forma parte del territorio protegido por la Denominación de Origen Pisco. Esa combinación de tradición y geografía le da un relato potente y, sobre todo, una oportunidad económica que todavía no termina de convertirse en resultados medibles.

El marco institucional existe. La DO Pisco se reconoce desde inicios de los noventa y la autorización de uso se otorga a productores que cumplen un pliego técnico. En la práctica, eso significa formalidad, trazabilidad y estándares. Para Caravelí, crecer en el número de titulares autorizados no es un trámite, es la puerta de entrada a mejores contratos, a circuitos turísticos formales y a programas públicos de promoción.

En los últimos meses, el Gobierno Regional de Arequipa ha anunciado el relanzamiento de la Ruta del Pisco y el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo ha sumado experiencias sensoriales para posicionar la bebida bandera como producto turístico. Los comunicados hablan de articulación público-privada, visitas educativas y activaciones en temporada alta. Sobre el papel, Caravelí está dentro del tramo norte de la ruta regional junto con Camaná y Atico. No es un apéndice, es parte del diseño.

El problema es la ejecución. No hay una publicación periódica de indicadores específicos para Caravelí que permita seguir el avance real: señalización instalada, centros de interpretación operativos, número de operadores capacitados, paquetes vendidos, pernoctes, gasto del visitante y satisfacción medida con metodología simple. Sin ese tablero, la ruta es una promesa que se renueva cada año con la misma foto y los mismos adjetivos.

El territorio tiene fortalezas que los mercados valoran. La altitud, la insolación y la amplitud térmica favorecen perfiles aromáticos que diferencian a las cepas pisqueras. La historia vitivinícola está documentada y el paisaje de viñedos ofrece un atractivo inmediato para circuitos cortos de 24 a 48 horas. Todo eso suma, siempre que se garantice una experiencia visitable con estándares: horarios cumplidos, guion claro, seguridad, baños limpios, cata didáctica, tienda ordenada y pago sin fricciones.

También están las brechas. La formalización productiva avanza más lento de lo que exige la demanda, la paquetización turística es todavía incipiente y la coordinación entre transporte, hospedaje y bodegas no alcanza para convertir visitas sueltas en pernoctes. Caravelí compite con destinos de mayor volumen y promoción, y su ventaja comparativa está en la autenticidad y la calidad consistente, no en el número de buses.

La oportunidad es concreta. Un programa local para acelerar autorizaciones de la DO, con asesoría legal, técnica y sanitaria, puede duplicar el número de productores habilitados en un año si se fija una meta mensurable y se publican resultados trimestrales. En paralelo, dos productos ancla “Caravelí en Pisco y Valle” de 24 y 48 horas, con logística integrada y precios transparentes, permitirían pasar de la visita de día a la estadía que deja caja en restaurantes, alojamientos y comercio.

Hace falta además un calendario competitivo que no dependa del humor del funcionario de turno. Un evento anual con jurado externo y gobernanza mixta, que convoque prensa especializada y operadores, sirve para acumular reputación y no solo cobertura ocasional. El objetivo es que compradores y viajeros pongan a Caravelí en su mapa por calidad, no por insistencia.

El sector público tiene tareas simples y urgentes: publicar el tablero de indicadores por distrito, instalar señalética homogénea en los accesos y cascos urbanos, estandarizar protocolos mínimos para bodegas visitables y promover la capacitación en hospitalidad. El sector privado, por su parte, debe asegurar cumplimiento del pliego de la DO, ordenar sus espacios de atención, profesionalizar la cata y cuidar la posventa. Todo lo demás es ruido. Caravelí no necesita más “relanzamientos”. Necesita evidencia. Cuando aparezcan en un portal público las cifras de bodegas certificadas, operadores formados, visitantes, pernoctes, gasto promedio y satisfacción, la conversación cambiará sola: de la promesa al resultado. Ese día, el pisco de Caravelí dejará de ser una grandeza posible para convertirse en una economía real que mejora ingresos, afirma identidad y sostiene un turismo que vuelve.

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