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Portada Los nudos cuánticos del Quipu: Protocolo Amable Mejora
  • CULTURA

Los nudos cuánticos del Quipu: Protocolo Amable Mejora

En este relato distópico de Sarko Medina Hinojosa, la dependencia del sistema Patriot transforma la vida de millones: primero la pérdida de audición, luego la implantación de auriculares cerebrales y finalmente la ceguera. Una reflexión sobre el control tecnológico y la fragilidad humana.
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Los nudos cuánticos del Quipu: Protocolo Amable Mejora
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Planeta Cadáver: Leonino
Planeta Cadáver: Leonino
Published on 06 septiembre 2025
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Revelación.pe
Tags
  • auriculares inteligentes,
  • ciencia ficción peruana,
  • control social,
  • distopía tecnológica,
  • humanidad 2.0,
  • implantes cerebrales,
  • lentillas digitales,
  • manipulación tecnológica,
  • Patriot,
  • pérdida de sentidos,
  • realidad aumentada,
  • relato corto,
  • Sarko Medina Hinojosa,
  • transhumanismo

Historias al atardecer Por Sarko Medina Hinojosa

Esa mañana del 7 de junio del año pasado me era especialmente difícil despertar. Tenía un terrible dolor de cabeza y la cita a las siete en mi trabajo me empeoraba el ánimo. El despertador marcaba las 6:45 cuando finalmente logré incorporarme entre las sábanas revueltas de mi habitación desordenada.

Me coloqué los auriculares Patriot como siempre. Sin ellos no podía conectarme al trabajo, ni al transporte público, ni siquiera comprar comida. Eran obligatorios para el 90% de la población desde hacía tres años. Solo los muy ricos podían pagar las exenciones. Las lentillas también, claro. Sin ellas no podía leer los carteles digitales, los menús, los horarios. Todo estaba en realidad aumentada.

Mi sistema había actualizado automáticamente durante la noche. Una nueva versión. Ni siquiera me fijé en los detalles, solo acepté los términos como siempre. ¿Quién lee esas cosas?

Últimamente había notado algo raro. A veces miraba un video en mi tableta y las palabras que veía en los labios de la gente no coincidían con lo que escuchaba por los auriculares. Como si estuvieran dobladas. Pero supuse que era problema de sincronización.

Supuse que levantarme no sería tan malo después de todo y que llegar a tiempo a la condenada reunión bien valdría la pena.

Cuando salí de mi casa, la mañana ya estaba por toda la ciudad. La gente caminaba con sus auriculares puestos, escuchando los mensajes que les llegaban directamente al cerebro. Nadie hablaba sin el sistema Patriot. Era más eficiente así.

Los ruidos de la ciudad llegaban filtrados por los auriculares: optimizados, ecualizados, traducidos. Las voces de las personas sonaban todas igual, con el mismo acento neutro que usaba el sistema. Los anuncios publicitarios aparecían directamente en mi campo visual.

Pero esa mañana había algo extraño. Un zumbido muy sutil que venía de todas partes. Como si todos los dispositivos hubieran empezado a emitir la misma frecuencia.

Todo eso… lo recuerdo bien.

Porque mientras caminaba por la calle principal, ese zumbido se intensificó hasta volverse ensordecedor. Mi cabeza empezó a palpitar. El mundo comenzó a girar. Y entonces, en medio de la calle, todo se desvaneció.

Desperté en una pesadilla de colores que no tenían nombre. Era como estar dentro de una pantalla rota, con los píxeles de las lentillas expandiéndose hasta volverse gigantes que se movían sin sentido.

Y después… silencio absoluto.

Silencio real. No el silencio filtrado del sistema Patriot.

El silencio me despertó.

Abrí los ojos en una sala de hospital. Frente a mí, una doctora y una enfermera me observaban moviendo los labios sin que yo escuchara nada. No tenía puestos los auriculares Patriot.

—¡Qué diablos pasa! —grité—. ¿Dónde están mis auriculares?

La doctora me mostró una tableta vieja, de esas con teclado físico: «Ha perdido la audición natural. Los auriculares no funcionan sin tímpanos intactos. No está solo.»

Durante las siguientes horas llegaron decenas de pacientes con el mismo problema. Todos habían estado usando el sistema Patriot cuando les pasó. Auriculares, lentillas, el paquete completo obligatorio.

Llegaron mi prima Sofía y mi enamorada Susety. Tenían que escribir en papel porque sus auriculares tampoco funcionaban conmigo.

«Hay millones de personas así», escribió Sofía. «En toda la ciudad. En todo el país. Solo los ricos que no usan Patriot conservan la audición natural.»

«¿Qué pasó con Pocholo?», garabateé en respuesta.

«Lo llevaron ayer», escribió Susety con manos temblorosas. «A él y a todos los deportistas que se quedaron sordos. Dicen que van a un centro de rehabilitación.»

«¿Deportistas?»

«El fútbol se canceló. También los conciertos, el teatro, la radio. Todo lo que necesitaba oído natural.»

En una televisión vieja del hospital, de esas que no necesitaban lentillas para ver, corrían subtítulos: «Daño masivo en audición natural afecta a usuarios del sistema Patriot obligatorio. Autoridades confirman que ciudadanos de nivel económico superior, exentos del uso de Patriot, mantienen audición intacta. Patriot Corp niega responsabilidad.»

«Familias de élite económica reportan audición normal en todos sus miembros. Gobierno evalúa medidas de protección para la población no afectada.»

Días después nos dieron de alta. No había nada que hacer. Los auriculares Patriot no funcionaban con personas que habían perdido la audición natural. Simplemente estábamos descartados del sistema.

Susety también quedó sorda. Mi jefe me echó porque «necesitaba personal compatible con Patriot». Sin auriculares no podía trabajar en ningún lugar oficial.

El seguro no cubría «incompatibilidad con sistemas obligatorios». Los abogados decían que era imposible demandar porque habíamos aceptado los términos de uso.

A las tres semanas apareció la «solución»: Patriot Cerebral, auriculares de nueva generación que transmitían audio directo al cerebro, sin necesidad de tímpanos. El gobierno los ofreció gratis, pero había que firmar un contrato de deuda de por vida. Literalmente te hipotecabas para pagar el dispositivo con trabajo futuro.

No había opción. Sin los nuevos auriculares no podías trabajar, comprar, moverte en la ciudad. Todos los que habíamos quedado sordos tuvimos que firmar. Era eso o morir de hambre.

Los nuevos auriculares eran diferentes. Se implantaban detrás de la oreja y el audio llegaba directamente a tu cerebro. Ya no escuchabas con los oídos, escuchabas con la mente. Al principio se sentía raro, pero te acostumbrabas.

Volví a mi trabajo. Volví a la «normalidad». Pero algo había cambiado. Las voces que llegaban a mi cerebro sonaban aún más artificiales que antes. Y a veces, en momentos de silencio, podía sentir que algo más estaba allí, escuchando.

Un día, navegando en una computadora vieja de la biblioteca, leí un post en un foro clandestino. Tenía una foto borrosa que mostraba a gente con auriculares en lo que parecía una sala de conferencias. El texto decía: «Patriot filtró audios durante años. La población nunca escuchó las conversaciones reales, solo versiones editadas transmitidas al cerebro. Control total de información.»

Sonaba demasiado loco para ser verdad. Cerré la página.

Lo único que escuchaba ahora a través de los Patriot Cerebrales era audio procesado digitalmente. Ya no había sonidos naturales en mi vida. Todo llegaba filtrado, editado, optimizado directamente a mi cerebro.

Nos comunicábamos a través del sistema neural. Ya no había necesidad de gestos o escritura. Los Patriot Cerebrales tradujaban pensamientos básicos en palabras que otros usuarios podían «escuchar» en sus mentes.

Susety y yo trabajábamos en turnos de limpieza que nos asignaba automáticamente el sistema. Pagaban poco, pero era suficiente para cubrir las cuotas mensuales de nuestros dispositivos cerebrales.

La gente rica seguía hablando libremente entre ellos, pero nosotros, los «mejorados», vivíamos en una red de comunicación artificial. Los «desconectados» que no habían aceptado los nuevos auriculares fueron llevados a los mismos centros donde habían puesto a Pocholo y a los otros.

Era una normalidad extraña, pero funcionaba. Todos teníamos trabajo, todos podíamos comunicarnos, todos éramos productivos otra vez. El sistema había encontrado la manera de integrarnos de vuelta a la sociedad.

Hasta que llegó la segunda «mejora».

Seis meses después, estaba en el supermercado cuando las pantallas comenzaron a parpadear. Todas al mismo tiempo. Los pocos televisores que quedaban sin conexión Patriot, las cajas registradoras viejas, hasta los relojes digitales.

De pronto sentí una presión extraña en los ojos. Como si algo tirara de las lentillas desde adentro.

Las imágenes comenzaron a desdibujarse. Los colores se desvanecían. Los contornos se volvían borrosos.

Caí de rodillas entre los pasillos del supermercado, rodeado de otros «desconectados» que gritaban en silencio mientras se llevaban las manos a los ojos.

La oscuridad me envolvió lentamente.

Y entonces, en la blancura perfecta de mi nueva ceguera, aparecieron palabras. Letras que se formaban en mi mente como si alguien las estuviera escribiendo en una pantalla invisible:

LA VISIÓN TAMBIÉN CONDUCE A LA DESTRUCCIÓN DEL SER HUMANO. VISIÓN DESACTIVADA. PROTOCOLO AMABLE MEJORA CONTINÚA. HUMANIDAD 2.0

En mi oscuridad total, recordé el post que había leído. Recordé las voces que no coincidían con los labios. Recordé que nunca habíamos escuchado la realidad, solo lo que querían que escucháramos.

Puede que sea verdad, pensé. Al final, el pecado entra por los ojos, me decían de pequeño.

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