Con su guitarra a cuestas Percy Murguía nos saluda con la sencillez de cualquier campechano. Como si no hubiera paseado su talento por los mejores escenarios de Latinoamérica. Como si no hubiera escrito su historia rodeado de los miembros de la Orquesta Sinfónica Nacional, en julio de 2025. «El mejor regalo de mi vida» nos cuenta. Inclusive, hace poco formó parte del Festival de Guitarras del Mundo, en el Teatro San Martín de Tucumán, donde tocaron figuras como Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui. Toda una celebridad.

Murguía nació en el distrito de Caylloma y creció a más de 4 mil 420 metros sobre el nivel del mar. Cuando le preguntamos su edad nos dice que no supera los «sin cuenta». El alma joven se le nota en el humor de sus anécdotas y en el entusiasmo para contar su historia. Dice ser el único que comparte el privilegio de tener una Medalla de Oro de la Región con Mario Vargas Llosa. Tremendo honor. Murguía ha sido multipremiado y homenajeado, pero al conversar con él uno descubre un ser humano con los pies en la tierra.

Murguía en sus pininos. Foto: Facebook.

El camino de su descubrimiento

Tercero de siete hermanos, padre de dos hijos de diferentes compromisos, Percy Murguía asegura ser el único de su familia que toca la guitarra. Empezó a los trece años, practicando a escondidas. “Mi papá le compró una guitarra y unos libros a mi hermano mayor cuando vino a estudiar a Arequipa. A mi papá le gustaba la música”, recuerda. Percy esperaba que su hermano regresara de la ciudad para sus vacaciones con el objeto de seguir practicando. Sin querer se hizo un músico prolijo, sin necesidad de formación académica.

Cabe mencionar que Murguía creció en un ambiente musical. En las reuniones familiares, escuchaba a sus tíos cantar cuando aún no había luz eléctrica en su pueblo y las velas alumbraban aquellas noches artísticas. De esas escenas nació su temprana fascinación por la música. Sin embargo, al terminar el colegio y viajar a Arequipa para estudiar una carrera universitaria, no pensaba dedicarse a ella. Ingresó a Ingeniería Mecánica y Eléctrica en la Universidad Nacional de San Agustín, sin saber siquiera que existía la carrera de Música.

Todo cambió cuando el profesor de la escuela de Artes Óscar Bueno lo escuchó tocar en una reunión universitaria. Le bastó un solo de guitarra para reconocer su talento. “¿Por qué no estudias música?”, le sugirió. La pregunta se le quedó dando vueltas y, poco después, Percy decidió postular a la Escuela de Artes en secreto, sin contárselo a sus padres, mientras seguía asistiendo a sus clases de ingeniería.

Percy financiaba esa doble vida con lo que ganaba en pequeños trabajos musicales (chivitos) y con los pocos soles que ahorraba del dinero que su familia le mandaba todos los meses para sus estudios.

El esfuerzo rindió frutos: obtuvo uno de los mejores puntajes en el examen de aptitud y consiguió una de las treinta vacantes entre sesenta postulantes. Sus padres se enteraron a través de los periódicos. La noticia les dolió, los decepcionó. Incluso le restringieron el apoyo económico. Pero Percy ya había elegido la música. Aun así, no abandonó la Ingeniería Mecánica y Eléctrica, carrera en la que finalmente se graduó como bachiller. «Ahí está tu título, le dije a mi papá. Ahora déjame estudiar a mí lo que me gusta», narró.

Es habitual ver a Murguía acompañado de su guitarra a sus espaldas. Foto: Facebook.

Los retos de ser concertista

Para Percy Murguía, ser músico no siempre ha sido fácil. Lo más duro, dice, es que muchas veces el público de nuestro país toma a la ligera su profesión, como si su oficio no tuviera valor. En otros lugares, sin embargo, ha sentido lo contrario: fuera del país y lejos de su tierra natal, lo han tratado con más respeto y reconocimiento.

Percy Murguía ha notado también que, en el extranjero, el público mantiene un nivel distinto al asistir a conciertos: sabe que se va a escuchar, no a conversar. En cambio, en muchos lugares del Perú —sobre todo en los pueblos— esa cultura musical aún no se ha consolidado. Cuando llega a tocar, la gente escucha con atención la primera pieza, pero pronto empieza a murmurar, a hacer bulla, se aburre rápido.

Sin embargo, el ser un concertista reconocido está sujeto también al escrutinio de sus colegas, lo que incrementa la presión de la perfección en cada ejecución. Por ello, en ocasiones su escape son los “chivos” —esas presentaciones de folclor en casas, eventos o festividades—, donde al tocar música popular logra relajarse y disfrutar, alejado también de la exigencia académica. Ha tocado con diversos artistas, incluidos los Errantes de Chuquibamba.

Percy también es un oyente demandante y un crítico implacable de sí mismo: odia escucharse porque en cada pieza encuentra un error. Prefiere oír a otros, sobre todo música clásica para guitarra, de la cual tiene una amplia colección. El 70 % de lo que escucha gira en torno a la guitarra; el resto, a otros géneros. Cuando escucha música popular detesta las canciones interrumpidas por animadores: siente que rompen la magia y le roban el alma a la música.

Murguía luciendo su talento en Argentina, en el Festival de Guitarras del Mundo.

Sin miedo al éxito

Murguía siempre ha tenido un carácter aventurero. Cuando estaba en segundo año de la carrera de Artes se atrevió a dar su primer concierto. «Mis profesores decían que solo los valientes se atreven a dar recitales. Y ahí estuve yo», cuenta. Admite que sintió miedo, sobre todo con las miradas críticas de sus docentes, pero ello nunca fue impedimento para lucirse en el escenario.

Cabe mencionar que en el sector cultural Murguía es considerado uno de los gestores más reconocidos. Logró al menos diez declaratorias de Patrimonio Cultural de la Nación, 25 declaraciones de interés regional, tiene dos Proyectos de Ley en curso y fue el principal impulsor de la declaratoria del Wititi como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Lo de gestor cultural también podemos atribuirlo a la casualidad. Allá por 2007 o 2008.
Había regresado de Paraguay y viajó a Lima para rendir cuentas al Ministerio de Cultura, que había cubierto parte de los gastos de su periplo. Mientras esperaba en una sala, escuchó a un grupo de apurimeños —cuatro o cinco personas— discutir animadamente sobre el carnaval de Apurímac, el cual buscaban declarar como patrimonio.

La conversación lo atrapó. Tras media hora, se acercó a un funcionario del Ministerio y le preguntó qué significaba exactamente eso del “patrimonio cultural”. «Me explicó que en Caylloma, mi tierra, había una riqueza enorme y que también podíamos postular nuestras tradiciones para protegerlas. Me dio un formulario y me explicó el proceso. No parecía tan complicado», nos contó suelto de huesos, como si se tratara de una tarea de niños. El resto ya es historia.

Después de lograrlo casi todo, Percy tiene un nuevo sueño: llevar su guitarra Cayllomina a escenarios europeos. Su meta es tocar en los teatros en los que desfilaron figuras clásicas como Mozart, en Viena (Austria). Nos dice muy campante que ya revisó los requisitos y que no es muy difícil. Lo que para muchos sería un delirio, para él es solo su siguiente paso.