Por Omar J. Candia Aguilar. Abogado y político. Mail: ocandia@unsa.edu.pe
Solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente…
(León Gieco)
No aprendimos de la historia. Aunque no existan datos exactos, se calcula que, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, el número de víctimas —entre civiles y militares— superó los 100 millones de personas. Como consecuencia del dolor y el sufrimiento de miles de inocentes, se creó la Organización de las Naciones Unidas, cuyo instrumento jurídico fundacional es la Carta de la ONU. Esta establece, en su artículo 1:
“Los propósitos de las Naciones Unidas son:
Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz (…)”.
La misma Carta encarga al Consejo de Seguridad, en su artículo 23, la tarea de “mantener la paz”; y crea —como en toda civilización debe existir—, en el artículo 92, la Corte Internacional de Justicia, destinada a dirimir cualquier conflicto de intereses entre los Estados miembros.
Lo decimos con dolor: nada de esto se ha cumplido. Seguimos matándonos, seguimos sometiendo al dolor y al sufrimiento a personas inocentes. El derecho internacional ha fracasado. Hoy los Estados recurren a la autotutela, defienden sus intereses geopolíticos y geoestratégicos; el egoísmo y la frivolidad están por encima del dolor humano, por encima del derecho y de los tratados internacionales.
En nombre de la “paz” y de la “autodefensa preventiva”, Israel y Estados Unidos atacan las instalaciones nucleares de Irán: Fordow, Natanz e Isfahán. Pero este argumento no es nuevo. Fue usado por el expresidente George W. Bush para justificar la invasión a Irak, acusándolo de poseer armas de destrucción masiva y de tener vínculos con Al-Qaeda, en contra de las resoluciones de la ONU. Nunca se comprobó que Irak contara con el material bélico del que fue imputado.
En esta nueva coyuntura, es necesario responder: ¿Irán es una amenaza para la paz regional o mundial? ¿Representa una amenaza de proliferación nuclear? ¿Es Irán una potencia nuclear? ¿Qué países sí lo son y por qué no se destruyen sus centrales nucleares?
Las respuestas son claras: Irán mantiene una actitud de sosiego y paz con sus vecinos. Israel atacó Gaza, y más de 53 mil inocentes perdieron la vida. Irán firmó el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y se ha sometido a las inspecciones técnicas correspondientes; Israel, por el contrario, no lo ha hecho. Irán no es una potencia nuclear.
Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Rusia y Estados Unidos son las verdaderas potencias nucleares, con 4 309 y 3 700 ojivas respectivamente. Les siguen China (600), Francia (290), Reino Unido (225), India (180), Pakistán (170), Israel (90) y Corea del Norte (50).
Si verdaderamente los líderes mundiales desearan la paz —aunque suene ilusorio—, deberían empezar por destruir todas sus centrales nucleares, comenzando por Rusia y Estados Unidos. No imponer una destrucción selectiva al margen del derecho internacional.
Recordemos que la llamada “autodefensa preventiva” es una doctrina jurídica altamente cuestionada, sin un sustento claro en la Carta de la ONU ni en el derecho internacional general.
El derecho internacional ha fracasado, y con él, la civilización. Ha fracasado cuando vemos cómo se mata y no nos duele; cuando no nos inmutamos ante el sufrimiento; cuando hombres y mujeres mueren de hambre y no nos conmovemos. Ha fracasado cuando miles de familias, niños y niñas huyen de la muerte en verdaderas odiseas y son rechazados por su origen, su credo o el color de su piel. El derecho internacional fracasa cuando se lo desconoce, se lo pisotea, y cuando, por encima de un tratado internacional, se impone un Estado, o peor aún, una sola persona.