Murió Mario Vargas Llosa. El escritor peruano, Premio Nobel de Literatura y figura clave de la narrativa hispanoamericana, falleció hoy en Lima a los 89 años, rodeado de su familia, según informaron sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana. Autor de novelas fundamentales como La ciudad y los perros, La casa verde y La fiesta del Chivo, Vargas Llosa fue también un actor protagónico en la política peruana, donde disputó la presidencia en 1990 frente a Alberto Fujimori. Su vida atravesó la literatura, el periodismo, la polémica pública y los giros ideológicos que lo llevaron, en sus últimos años, a respaldar a quienes antes combatió. Su obra, vasta y poderosa, lo sobrevivirá. Sus restos serán incinerados en una ceremonia privada. Así se despide uno de los grandes narradores este y el siglo anterior.
“Esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera”, escribieron sus hijos. No habrá ceremonias públicas. Sus restos, como fue su voluntad, serán incinerados. Así, sin alardes, se despide uno de los últimos gigantes del llamado «boom» latinoamericano.

Como pez en el agua
Nacido en Arequipa en 1936, la vida de Vargas Llosa fue desde el inicio una combinación de contradicciones y desplazamientos. A los pocos años de vida, se mudó a Bolivia, luego a Piura, y más tarde a Lima, donde se reencontró abruptamente con su padre, a quien creía muerto. Esa relación conflictiva, la dureza con que fue criado y la experiencia en el colegio militar Leoncio Prado marcaron profundamente su carácter y alimentaron la materia prima de su primera gran novela: La ciudad y los perros, publicada en 1963. La obra, crítica, violenta y renovadora, rompió con la tradición narrativa peruana y se convirtió en un suceso internacional. El Perú, acostumbrado a un trato formal con sus escritores, descubrió que uno de los suyos estaba dispuesto a hurgar en sus heridas más profundas.
Vargas Llosa nunca dejó de escribir con ambición. Cada novela fue un intento por capturar no solo la realidad, sino las tensiones políticas, sociales y morales que la atravesaban. En La casa verde, publicada en 1966, abordó la marginalidad en la selva y la costa norte con una técnica que desafiaba las cronologías lineales. Tres años después, Conversación en La Catedral se preguntaba “¿en qué momento se jodió el Perú?”, y en sus más de seiscientas páginas tejía un fresco laberíntico sobre el desencanto político y la corrupción moral bajo la dictadura de Manuel Odría. Era, ya entonces, uno de los autores más respetados en lengua española, y su literatura se leía con la misma reverencia que la de sus contemporáneos Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes.
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Pero mientras otros se quedaban en la ficción, Vargas Llosa también quiso actuar sobre el mundo. Su pensamiento liberal —formado por la lectura de Popper, Hayek y Berlin— lo llevó a distanciarse de la izquierda revolucionaria con la que simpatizó en su juventud. Fue crítico del castrismo, del sandinismo, del chavismo. Y en 1990 dio un salto que cambiaría su vida para siempre: se presentó como candidato a la presidencia del Perú por el Frente Democrático (FREDEMO), enfrentando a un desconocido Alberto Fujimori. Propuso una reforma económica liberal, el fin de los subsidios y la modernización del Estado. Pese a haber ganado la primera vuelta, perdió en la segunda. Fujimori, apenas elegido, dio un autogolpe y años después se revelaría como uno de los regímenes más autoritarios y corruptos del país.
Nobel y mediático

Vargas Llosa volvió entonces a la literatura. Su derrota política, que narró en El pez en el agua (1993), le dejó un sabor agridulce. Pero nunca se alejó de los debates públicos. Fue una voz constante —a veces solitaria— en defensa de la democracia liberal. En 2010, cuando parecía que ya había alcanzado todos los reconocimientos posibles, recibió el Premio Nobel de Literatura, un galardón que coronaba más de medio siglo de escritura. En su discurso en Estocolmo habló de su amor por los libros, de su infancia, de la libertad como valor esencial. Y también, con ternura, de Patricia, su esposa de entonces, con quien había compartido la mayor parte de su vida.
Su vida íntima fue, también, objeto de atención mediática. En su juventud, se casó con Julia Urquidi, su tía política, una historia que convertiría años después en la célebre novela La tía Julia y el escribidor. Tras su divorcio, contrajo matrimonio con su prima Patricia Llosa, con quien tuvo tres hijos. Fue un vínculo largo, marcado por la complicidad y la cultura compartida. Pero en 2015, Vargas Llosa anunció su separación y poco después inició una relación con Isabel Preysler, la madre de Enrique Iglesias. El romance, cubierto hasta el hartazgo por la prensa rosa, marcó un giro inesperado en su imagen pública. Cuando la relación terminó en 2022, ya había regresado a una vida más reservada, centrada nuevamente en la escritura.

En su obra La fiesta del Chivo (2000), Vargas Llosa exploró con maestría la psicología del poder dictatorial. Basada en la vida de Rafael Leónidas Trujillo, dictador dominicano, la novela es uno de sus textos más intensos y complejos. Ahí, como en muchas de sus ficciones, el poder se muestra no solo como opresión política, sino como degradación moral. Vargas Llosa no escribía para complacer, sino para incomodar, para mostrar las grietas de la condición humana.
Su amor por Arequipa

Mario Vargas Llosa mantuvo siempre un vínculo entrañable con Arequipa, su ciudad natal. En diversas ocasiones, regresó para celebrar sus cumpleaños y compartir con sus coterráneos. En 2015, con motivo de su 79º aniversario, donó 2 mil libros a la Biblioteca Regional que lleva su nombre, enriqueciendo así el acervo cultural de la ciudad. Esta donación fue parte de un compromiso mayor: entregar, de manera paulatina, hasta 30 mil volúmenes de su colección personal, provenientes de sus bibliotecas en Barranco y Madrid. En 2017, durante otra visita, entregó más de 7 mil libros adicionales, reafirmando su deseo de que sus obras y lecturas personales estuvieran al alcance de los arequipeños.
Durante estas visitas, Vargas Llosa no solo participaba en actos oficiales, sino que también se sumergía en la vida cotidiana de la ciudad. Uno de sus lugares predilectos era la picantería La Nueva Palomino, ubicada en el tradicional distrito de Yanahuara. Allí, en compañía de familiares y amigos, disfrutaba de platos típicos como el rocoto relleno, el chupe de camarones y el queso helado. Estas reuniones eran una muestra de su aprecio por la gastronomía local y su deseo de mantener viva la conexión con sus raíces arequipeñas.
El cariño de Vargas Llosa por Arequipa se manifestaba también en sus palabras. En una de sus visitas, expresó: «Nadie como los arequipeños para sentir el Premio Nobel como suyo. Siempre me he sentido arequipeño». Este sentimiento de pertenencia lo motivó a compartir su legado literario con la ciudad, asegurando que sus libros «vivan entre mis coterráneos», dijo.
Giros políticos

En los últimos años, su postura política volvió a generar controversia. En 2021, apoyó a Keiko Fujimori, hija del dictador al que había enfrentado en 1990. Justificó su decisión alegando que la alternativa —Pedro Castillo— representaba una amenaza más grave para la democracia peruana. Muchos lo vieron como una traición a su historia, otros como una prueba de su fidelidad a los principios liberales, por encima de las lealtades personales. Lo cierto es que Vargas Llosa siempre fue fiel a su visión del mundo, incluso cuando esta lo alejaba de sus antiguos aliados o lo dejaba solo en sus posturas.
En 2023, publicó Le dedico mi silencio, su última novela, un canto nostálgico a la música criolla y al ideal de un país reconciliado. Ese mismo año, fue admitido en la Academia Francesa, un honor inédito para un autor hispanoamericano, y una muestra del lugar que había alcanzado en la cultura universal. Pero ya para entonces, su salud era frágil, y había anunciado su retiro de la vida pública.
Sus columnas periodísticas, recopiladas durante décadas bajo el título de Piedra de toque, revelan a un autor que no solo escribía novelas, sino que reflexionaba con agudeza sobre el devenir político y cultural del mundo. Vargas Llosa entendía que la literatura no debía estar encerrada en una torre de marfil, sino participar de los grandes debates de su tiempo.

Hoy, con su muerte, el Perú pierde a uno de sus intelectuales más relevantes, y la lengua española se despide de un narrador incansable. Su legado quedará en las bibliotecas del mundo, en las aulas, en las memorias de quienes lo leyeron y leímos con admiración, con crítica o con asombro. Su vida fue una novela con giros inesperados, personajes intensos y dilemas morales.
A veces polémico, a veces entrañable, Vargas Llosa supo ser un personaje de su tiempo. Narró el Perú como pocos, pero también se narró a sí mismo, con la honestidad y complejidad que exige la buena literatura. No tuvo miedo de equivocarse, ni de rectificar, ni de defender lo que creía justo, aun cuando el precio fuera alto. Murió como vivió: fiel a sus ideas, rodeado de libros y de los suyos.
Queda el eco de su prosa, el fuego de sus controversias, el aroma de sus ciudades imaginarias. Y queda, sobre todo, esa certeza que tienen los grandes escritores: que mientras alguien los lea, seguirán vivos.