Nacida en Arequipa en 1847, la señora Salazar de Rodríguez forjó su camino en las letras guiada únicamente por su intuición y sensibilidad, sin más maestra que su propia voluntad. Su poesía —íntima, sencilla, profundamente humana— se alimenta de temas que revelan su mundo interior: el amor a la patria, la fe religiosa, la calidez del hogar y los afectos sinceros. Nunca buscó reconocimiento, y quizá por eso mismo su voz tiene la autenticidad de quien escribe para el alma, no para el aplauso.

Viuda desde muy joven, en 1868, dedicó su existencia al cuidado del hogar y al ejercicio silencioso de la caridad. Lejos de los escenarios públicos, prefirió siempre el anonimato de las obras nobles, integrando con humildad sociedades piadosas donde su presencia era clave pero nunca ostentosa. La vida de esta estimable poetisa fue, en esencia, un canto bajo y firme a la virtud discreta. A continuación, presentamos algunas de sus composiciones, que hablan por ella con el mismo tono honesto con que vivió.

Flor Ofrecida

A la Virgen María, el 31 de Mayo

Tú eres, Virgen soberana,
Madre del Verbo divino,
Que a salvar el mundo vino
Y en el Gólgota murió;
Hija del autor sublime
De la creación grandiosa,
Amante y púdica esposa
Del que la iglesia alumbro.

Esta trinidad augusta,
En su alcázar soberano,
Coloco un cetro en tu mano,
Una corona en tu sien;
Y regio trono a tus plantas
Puso, formado de estrellas,
Adornado con las bellas
Blancas flores del Eden.

¿Y si con tanta grandeza
Eres por Dios regalada,
Yo podre hija de la nada
Que puedo ofrecerte di?
Solo un corazón poseo
Pero cual flor inodora,
Y tengo rubor señora
De presentártelo asi.

¿Cómo profanar, Maria,
Esa mano blanca y pura,
Con una rica mixtura,
En este mes de verdor?
Mas dejarte sin ofrenda,
Es también un desconsuelo
¡Oh, quien del jardín del cielo
Pudiera darte una flor…!
Si yo fuera una Teresa,
Una Catalina o Rosa,
Mi alma virginal y hermosa,
Te la pudiera ofrecer
Pero si el ser pecadora
Es la causa de mi pena,
Penitente Magdalena,
Tu, bien me puedes hacer.

Y mi corazón lavado
Sera con llanto abundante,
Y te lo dare fragante
Con la aroma del dolor.
Pues aunque tantas delicias
Te ofrece el omnipotente,
Siempre con mano indulgente
Cojeras mi humilde flor.