Por: Sarko Medina Hinojosa
Hola. Sí, claro, imagino tu sorpresa. Asumirás que esta es una más de esas cartas interminables a las cuales te acostumbré en esa primera etapa de nuestro enamoramiento, cuando enviaba hasta esa tierra nuestra remetida entre valles andinos, esos testamentos cuadriculados llenos de tinta azul y con insufribles poemas originales solo para ti. Con ansias esperas que recuerde todas las veces que iba a presenciar esos juegos en la cancha del pueblo, solo con el fin de verte y robarte alguna sonrisa, como la vez que con un chicle remascado, arreglé mi zapatilla rota y tú aseguraste que eso fue lo que te enamoró. Querrás que te recuerde que la incertidumbre te carcomía porque no sabías si a ti te enamoraba o eras el pretexto para conocer a tu hermana mayor, duda que te borré para siempre con ese papel de bloc que te colé entre los dedos el día de la marcha de faroles por el aniversario de tu colegio. Tu sorpresa al leerlo y la amenaza velada mía de irme al día siguiente del pueblo si no me correspondías, te hicieron arder en fiebre la noche entera, me confesaste años después. Aún tengo en mi memoria como en el puesto de Salud nos encontramos como por casualidad y me diste el primer beso enamorado para luego irte corriendo con tu uniforme plomo y tu blusa blanca mientras intentaba no dejarme vencer por tu amor y seguir siendo el conquistador que me creía.
No intentes buscar entre estas palabras las veces que la vida nos jugó una mala pasada, como el verano siguiente cuando yo llegaba al pueblo, rapado y lombo porque había ingresado a la universidad nacional y tú te ibas a la ciudad porque tenías que estudiar para ingresar. Callaré como la tranquilidad del pueblo y la fama me volvieron pedante y, en una noche de cumpleaños de quién maldita sea no recuerdo, aquella de la que me advertías hasta el cansancio, se llevó los besos que eran para ti, las caricias que eran para ti, mis suspiros enamorados que eran para ti solo para ti. Querrás humillarme recordando como cual loco enfurecido cabalgué las tres horas que me separaban de la capital de la provincia donde había teléfono y gastarme monedas tras monedas el sueldo para explicarte que todo era falso, que tu hermana había exagerado en su mensaje denunciante, para al final dejar que me sacaras la verdad y colgarme el teléfono, dejándome en la nada.
Entre líneas esperarás que te dé testimonio como ante el juez de paz que después de esa vez todo se derrumbó en mí y me costó años poder volver a tener tus labios lapidándome con un fugaz contacto y teniéndome así por días y días hasta que tu corazón perdonó al mío pero nunca olvidó. Tanto necesitas que te diga como viví desesperado porque ibas y venías entre las calles de esta ciudad tan blanca de sillar y tan libertina que te proporcionaba salidas con amigos para que mi dolor me consumiera en cada esquina al saberte bailando en tal o cual lugar, haciéndome pagar lo que no debía, llevándome también a donar los mejores besos reservados para ti a cualquier despistada que no entendía cómo era posible que nos amáramos con la furia de un volcán, pero que nos alejáramos para hacernos el mayor daño, como si nos abrazáramos con espinas, surcando en la piel profunda la huella de una yunta de amor que nos destruía, pero que a la vez nos daba el sentido para respirar, las gotas correctas para alimentarnos y avanzar entre las sábanas de mi alma y el subterfugio tuyo de no aceptar que éramos enamorados.
Intentas que en esta carta te repita mil veces la declaración de amor que me costó las vergüenzas públicas de parar el tráfico en la avenida principal para pedirte que te arriesgaras a sacarte el corazón del pecho para dármelo porque yo haría lo mismo por el resto de los días y como vino la ley para agarrarme a golpes y escupitajos porque me enfrenté a su orden con la furia de mi incredulidad porque no contestabas nada y al momento de meterme en el vientre de la bestia de faros y llantas me gritaste que sí, mil veces sí aceptabas morir por mi si fuera necesario.
Quieres que diga las veces que intenté dejarte con los labios intactos de rouge y no sofocarte entre mis abrazos con el fin que desgastes la piel entre mi pecho y mi insondable sed de que te fundas conmigo, luego que el cielo aprobó en un templo de la campiña que fueras mía en papel y yo tuyo para la eternidad. Horas interminables de decidir como golpearnos entre luces y los certeros arbitrajes de esos seres que salieron de tu vientre para llenar de fe la poca que tenía y convertirte en una leona dispuesta a sacar adelante ese barco al cual te subiste convencida de que el capitán andaba emborrachado de irrealidad y tú, la contramaestre ideal, serías la única que llevaría a buen puerto este asunto.
Necesitas que confirme las veces que intenté dejar el paraíso de tu mal humor para ir en busca de despistadas paseantes en noctámbulos asaltos en un tiempo en el que no vivía atado a tu pecho, pero era inútil, nunca logré regalarle a nadie más lo que te pertenecía. No oirás que viví junto a ti deseando que la muerte nos encuentre a los dos para de una vez acabar con el suplicio de no saber cómo eras sin mí, cómo te movías entre el éter de la mañana sin mi presencia ocupando tu mundo, cómo era que podías hablar, soñar, entregarles horas de labor de tus manos a los demás, sin que yo estuviera allí para adorarte en secreto al verte moverte como una sílfide, como la magia que se encierra en el estallar de una estrella fugaz, como la mujer que me encadenaba a las migajas de una mirada.Quieres que acepte que yo fallé, pero esta vez no es así. Quieres que ponga por escrito que yo te dejé ir, pero no es así, yo no tengo la culpa.
Esperarás que nuevamente me desangre en cada línea diciéndote una y mil veces más que sin ti cada día cuesta respirar, avanzar siquiera un paso delante del otro hacia ningún lugar porque ninguna calle me lleva a ti. Esperas seguro que te grite de mil formas para que llenes el vacio que dejaste en este corazón que aún late en el milagro de seguir bobeando una sangre que es más espesa cada año, como cristalizando cualquier signo de calor en mi cuerpo. ¡Porque ni siquiera te daré la esperanza de repetirte que yo quería morir en tus brazos murmurando mil veces tu nombre!
Y la verdad es que sí lo diré, para que me escuche el Universo, diré de una vez que te extraño como nunca, como siempre, como cuando el aire se cuela entre las penumbras de lo indescriptible y te corta el aliento, como cuando la madre abandona en la cuna a su hijo para complacer al padre, como cuando la tierra acoge el rayo y luego siente su falta en el segundo en que se siente devastada por la inmensidad del cielo y más aún porque mi pena no tiene fin, mi condena es estar aquí entre los ataques diarios de los demás que tienen amor y lo desperdician en la calles, entre los que adoran besarse frente al dolor ajeno, ante los que segregan nostalgias y tienen donde refugiarse en medio del no tenerse, porque mi pena es más grande que la explosión de mil estrellas y mi dolor puede destruir en cualquier momento el mundo, porque mi cansancio de vagar por esta tierra ha hecho hondos valles en memoria de todos aquellos que sufrieron y ni aún así se compara lo suyo con mi destrozado sentido del destino y de la realidad porque ya no estás, porque te fuiste un día de otoño el cual tengo marcado en fuego la memoria y si bien tengo que decirlo y es lo único que te confesaré en esta carta:¡No puedo perdonarme el haberte sobrevivido!, haberme acobardado al momento de tu entierro y no lanzarme a ese negro hoyo que te consumiría por la eternidad para que me entierren y fundirme eternamente contigo mi esposa, mi compañera, mi pequeña dama, mi cuculí incierta, mi amante del cielo, mi luz inmensa, mi huracán desatado, mi chiquilla, mi amiga, mi cómplice, mi corazón, mi vida, mi amor…