Escribe: Victor Miranda Ormachea.
Seamos sinceros: el tan cacareado retorno de Oasis no es más que una exhumación innecesaria. Las resurrecciones de cadáveres musicales —como en este caso— suelen estar motivadas por un fenómeno que podríamos llamar «nostalgia tóxica». Pero lo de Oasis va más allá de la nostalgia, su regreso es la celebración de lo mediocre, un intento fallido por embalsamar a una banda que, seamos francos, no fue más que la cara visible del britpop más intrascendente. Porque sí, hay que decirlo: Oasis tuvo dos álbumes medianamente decentes y una seguidilla de malas repeticiones de los mismos, y esos hits a los que llamamos «himnos», no son más que marcos sonoros para tomar cervezas tibias en pubs de poca monta.
Lo irritante no es solo la reunión de Oasis, sino la tendencia generalizada a creer que los retornos son, por defecto, algo positivo. Aquí entran en juego las expectativas del público, esas que siempre acaban aplastadas por el peso de una realidad mucho más trivial. ¿Cuántas veces hemos visto a bandas que antaño marcaron una época, arrastrarse por escenarios con versiones descafeinadas de lo que alguna vez fueron? Smashing Pumpkins, por ejemplo, solía ser la encarnación de la rabia y el desencanto y tras su reaparición, no han hecho más que acumular discos irrelevantes, soporíferos y decepcionantes, que insultan su legado; como si Corgan hubiera decidido que la mejor manera de honrar su pasado fuese profanándolo. Parecida situación adolecen los Pixies, cuyo retorno ha sido un desfile de mediania materializada en álbumes «fan service» que parecen concebidos en dias de resaca, sosteniendo una carrera envuelta en la fina capa de un prestigio que ya no merecen.
Pero claro, no todos los que regresan lo hacen con las manos vacías. Blur, por ejemplo, logró mantener cierto nivel de dignidad al inicio de su retorno, pero no tardaron en hundirse en las mismas mareas de rutina que devora a todas estas bandas, mejor suerte corrieron My Bloody Valentine, cuya vuelta a los estudios nos regaló un álbum al nivel de sus clásicos, pero cuya puesta en escena en vivo ha perdido esa característica que los hacía especiales: la distorsión brutal, el ruido ensordecedor, la vasta inmersión sónica que era el sello de la banda, se ha convertido en una versión moderada y pulcra, domesticada para un público que ya no tiene el estómago para la intensidad, los mismos Pixies y tambien, aunque resulte increible, The Jesus and Mary Chain, se han reiventado en vivo, en versiones excesivamente prolijas y asépticas, casi celebrando la vejez.
El patrón es evidente: la gran mayoría de estas reuniones fracasa en recuperar la esencia de lo que las hacía especiales. Soundgarden, Jesus and Mary Chain, Stone Roses, Happy Mondays, la mayoría corre la misma suerte, o peor aún, se entregan a una versión diluida de lo que alguna vez fueron. Es como si, con cada retorno, perdieran la capacidad de transgredir, de desestabilizar. Rage Against the Machine es un ejemplo claro, con un regreso que los convirtió en memes de si mismos, casi tanto como ha sucedido con Pantera.
Por otro lado estan los retornos discográficos, el caso de Tool es simbólico, una banda que en realidad nunca se desintegró pero que reaparece con algún disco nuevo cada diez años, demostrando que aun teniendo todo el tiempo del mundo para crear, siempre es posible hacerlo de peor forma, su estancamiento es sintoma de cómo el retorno puede convertirse en una trampa autodestructiva.
La nostalgia es un opio dulzón que nos conduce a justificar lo injustificable, definitivamente, y aun no he mencionado a Slowdive, Medicine o Salad, bandas que, aunque han logrado brillar con sus retornos, inevitablemente parecen decaer con los posteriores lanzamientos discográficos rozando la mediocridad que acompaña a todos estos revivals. Las expectativas iniciales se desmoronan, dejando en su lugar una versión vacía de lo que alguna vez fue emocionante.
Probablemente el verdadero problema radica en que estas reuniones rara vez cumplen con la expectativa de devolvernos aquello que alguna vez nos conmovió. Y por cada banda que logra algo de dignidad, hay diez que perpetuan y perpetran crímenes atroces, aquí Guns N’ Roses, Blink 182, Queen, The Police, Poison, Bon Jovi, Oasis y un infinito etcétera, son lo realmente indeseable, el verdadero motivo responsable de mi alergia s los retornos, pues si ya resulta doliente ver el derrumbe de verdaderos pilares de la innovacion musical, es casi una tortura ser testigo del regreso de estas infaustas trivialidades sonoras, que, si en sus momentos de origen ya resultaban insignificantes, en sus retornos solamente constituirán un acto de necrofilia indecente.
En todo caso, quizas los retornos debieran ser efímeros, lo suficientemente cortos para disfrutar su regreso sin tiempo para aborrecerlos, si volviesen Cocteau Twins o The Smiths, bastaría un chispazo que ilumine el presente y no se extienda hasta corroer su legado. Así, el pasado podría ser un faro que guía, pero no una sombra que asfixia el presente.