Escribe: Federico Rosado
Catedrático
La corrupción es tan inherente al poder o acaso deberíamos decir que es al revés. “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, famosa frase conocida como el Dictum de Acton, que data de 1887.
¿Por qué el que llega al poder fácilmente se tuerce y se corrompe? La historia le ha dado la razón al filósofo Glaucón: las personas expuestas a una situación de ventaja (el poder) se vuelven malas, se aprovechan de la situación favorable, usufructúan esa prerrogativa y abusan de la misma para su provecho. Un honesto, sin pasado ni presente adulterado está condenado siempre a un futuro enviciado; tesis glauconiana. La perdición es el porvenir humano.
Desde la mínima organización hasta la presidencia de la república: alcanzar la supremacía arquea valores, envenena honores, decapita decoros, remata decencias, liquida dignidades, consuma rectitudes, salda el amor propio.
No discrimina sexo, edad, nacionalidad, origen étnico, identidad cultural, religión, profesión, idioma, situación económica, procedencia partidaria, colegio donde estudió, estatus, aspecto físico, etc.
El arribo al cargo le hace ver el horizonte de la coima, prebenda, hurto, estafa, fraude, saqueo, malversación, pillaje, rapiña, cobro indebido, cohecho, concusión, enriquecimiento ilícito, negociación incompatible.
Mientras más elevado sea el puesto, el predestinado a maleado se premune de un equipo delincuencial que lo instruye para el desfalco y la apropiación.
El dinero entra a chorros, los regalos caen por doquier: el arca personal engorda. Cuentas bancarias, terrenos, casas, departamentos, carros, camionetas, hijos estudiando en el extranjero, empresas subsidiarias, computadoras, juegos de sala y comedor, ropa de marcas lujosas, viajes con todo incluido, fiestas subvencionadas a todo dar, el colchón como caja fuerte, hasta llegar a los Rólex.
El corrupto no discrimina, devora conforme avanza en la cúspide se especializa, aparece la exquisitez, la refinación de la sinvergüencería.
Con el agravante que es imposible el retorno a la honra, rectitud, pudor.
El delincuente de la ética necesita exhibirse, mostrarse, la vanidad hace ostensible. Que escuchen el rugido del carrazo, vean el lujo de la vestimenta, observen las joyas divinas.
Síndrome de Hubris a la enfermedad política que muda a los buenos en malos. Por excepción pocos son atrapados y encarcelados, para disimular.
La humanidad tiene más de 200 mil años, tantos casi como la corrupción y… parece que la eternidad es su mañana inacabable.
