Escribe: Jorge Condorcallo

¡FELIZ NAVIDAD!

I

Los chicos me rodean 

con sonrisas de fiesta,

hay alboroto de alas 

en el magro desayuno 

y en sus ojos limpios

un cielo de ternura  

que me alza y me prosterna.

«¿Qué vas a regalarnos, abuelito?»,

se olvidan que solo hay té

y un pan seco en la mesa,

«¡Hoy es Navidad!» y su felicidad

me golpea el corazón de viejo

que no tiene ni medio centavo 

para lucir entre el desconsuelo 

y la abuela vuelve y nos salva

saca un sol opaco del mandil 

y lo ofrece en medio para parchar

la ancha miseria del mantel,

aunque la maestra les ha dicho, 

didáctica, buena, que la Navidad 

es asunto del amor y la familia;

pero, no quieren, son niños y codician 

el patrullero, la bicicleta y la pelota.

Les digo la verdad, la verdad…

con voz de asma, de escombro;

los niños se duelen de su suerte, 

y en una brizna de diciembre:

“Cuando sea grande, abuelito…”,

pero le tapo toda la esperanza 

con la mano franca del desengaño,

la mirada del niño pierde el brillo

y me quiebro en dos de la pena.

De vergüenza vendería el alma

a quien quiera este trapo tan feo,

con brazos, piernas y dos ojos

por un árbol repleto de obsequios;

pero mi oferta se queda en plegaria.

y dios en su lejano reino no entiende 

ni asiente el mundano trueque,

aunque lleve las lágrimas de un viejo.

II

A medianoche la mesa vacía nos recibe,

los nietos y nosotros nos hemos desvelado

para aprender la lección de la amargura: 

la resignación callada de los pobres.

Te destapan, Jesús, porque has nacido,

repartimos los bizcochos de la bolsa

y el agua dulce con puchito de cocoa

para nuestra cena angosta y miserable. 

Abro la ventana por la algazara y qué visión:

bajo el cielo giran los vivaces fuegos,

saco del remiendo nuestro único regalo: 

un sobre amarillo con luces de bengala;

los nietitos lo agradecen alborozados,

¡qué bella es la edad de estos inocentes!,

en un santiamén son tan felices otra vez;

corren y saltan y trazan estelas de luz;

la estrella que chirría y echa chispas 

anuncia el nacimiento con alegría; 

la mansa felicidad de los chiquillos

alumbra el Belén en Nochebuena. 

Y la titilante mujer del mandil los reclama,

el ruinoso hombre sin esperanza los estrecha;

son como dos juncos que abrazan un río:

¡Feliz Navidad, hijitos!

¡Feliz Navidad, abuelita!

¡Feliz Navidad, abuelito!

y por un instante, por un momento,

¡que sea de una eternidad, Dios mío!,

en la altura de la nada y los nadies. 

nos sentimos repletos y bendecidos.

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