Escribe: Víctor Miranda Ormachea

Hace unas semanas, el 22 de noviembre, se celebraba a nivel mundial el Día del Músico, una fecha que nos recuerda la deuda cultural que la humanidad tiene con aquellos que han dedicado su vida al arte de organizar sonidos; en efecto, la modernidad rinde tributo a la complejidad de la armonía, al virtuosismo instrumental y a la belleza inefable que surge de años de disciplina y estudio. Sin embargo, al lado de esta narrativa triunfalista, se encuentra un subtexto mucho más fascinante: el de quienes, desde el desconocimiento, el empirismo o la pura insolencia, han desafiado las estructuras hegemónicas de la música para descubrir territorios inexplorados. Los no músicos o antimúsicos (amateurs, autodidactas o conceptuales) podrían ser los verdaderos héroes y revolucionarios de una disciplina que habitualmente se toma a sí misma, demasiado en serio.

El ruido como principio creativo: genealogía de la disonancia

Resulta paradójico que en un ámbito obsesionado con la técnica y la «pureza» de la ejecución, algunos de los momentos más provocadores de la historia musical provengan precisamente de la irreverencia, la ignorancia técnica y el empirismo, los no músicos suelen brillar como antagonistas de la melodía, creando obras maestras desde el desconocimiento, desde lo amateur o desde un espíritu profundamente rupturista que rechaza las normas heredadas.

El siglo XX marcó un punto de inflexión en la concepción de la música, artistas como Luigi Russolo, precursor del futurismo sonoro, cuestionaron seriamente los límites de lo que podía considerarse música, su manifiesto “L’Arte dei Rumori”(1913) fue una declaración de guerra contra las formas tradicionales, proponiendo que los sonidos industriales y mecánicos eran tan válidos como las escalas diatónicas. Décadas más tarde, John Cage llevaría esta idea al extremo con piezas como 4’33”, donde el silencio se convierte en protagonista.

Sin embargo, más allá de estos gestos conceptuales, el ruido se consolidó como un lenguaje en sí mismo con el auge de géneros como el industrial y el japanoise. Throbbing Gristle, desde Inglaterra, redefinió el uso del ruido como un medio para explorar temas políticos y emocionales, mientras que figuras como Merzbow en Japón llevaron esta estética al paroxismo, creando paisajes sonoros tan densos y abrasivos que desafían cualquier intento de categorización.

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La estética de lo amateur: entre la incompetencia y la genialidad

La historia de la música (o la no música) también está repleta de ejemplos donde la falta de habilidad técnica se convierte en virtud. The Shaggs, la banda femeninaque Kurt Cobain idolatraba, cuya caótica simplicidad ha sido tanto alabada como ridiculizada, representan la esencia del amateurismo transformado en arte. Su álbum “Philosophy of the World” (1969) es una colección de canciones que desafían cualquier noción convencional de ritmo, afinación o estructura, pero esprecisamente por eso, que capturan una autenticidad que el virtuosismo raramente logra.

Otro caso paradigmático es Daniel Johnston, el icónico cantautor outsider cuya obra, a pesar de sus limitaciones técnicas, ha influido profundamente en generaciones de músicos y compositores. Johnston no necesitaba acordes complejos ni producción sofisticada para transmitir una emocionalidad devastadora; su fuerza radicaba en la pureza de su expresión, en su capacidad para convertir el caos mental y emocional en arte.

El diseño sonoro: una nueva alfabetización musical

La innovación tecnológica y digital ha permitido que el concepto de músico se amplíe hasta lo impensable. Hoy, un creador provisto únicamente de un software o una aplicación para smartphone, puede producir obras que rivalizan con las de los compositores más experimentados. Si bien Brian Eno podría ser el precursor en la utilización de estos recursos, Aphex Twin es quizás el ejemplo más icónico de esta transición: un artista que diseña sonidos más que componer melodías, creando universos sonoros que desafían las categorías tradicionales.

Este fenómeno no es exclusivo de la electrónica, en géneros como el glitch o el ambient, figuras como Christian Fennesz o Autechre han adoptado un enfoque similar, utilizando herramientas digitales para manipular grabaciones y construir paisajes sonoros profundamente emocionales. Incluso aplicaciones como AbletonLive han democratizado este proceso, permitiendo que cualquier persona con un ordenador y una idea pueda participar en la creación musical, sin importar su nivel de formación técnica.

Incluso en el rock, Kevin Shields, el lider de My Bloody Valentine, convirtió el ruido, la saturación y el uso poco ortodoxo de pedales de efectos en una sinfonía abrasiva de emociones, mientras que Robin Guthrie de Cocteau Twins reconfiguró los paisajes sonoros del dream pop con una guitarra atmosférica afectada por filtros, que parece evocar más estados del alma que melodías convencionales.

La modernidad ha intensificado esta democratización de la creación musical, elllamado diseño sonoro ha sustituido muchas veces a la composición tradicional, eincluso aplicaciones como GarageBand o FL Studio han dado lugar a un fenómeno de música “hecha en casa” o “bedroom music” que ya no depende de una educación formal.

Rupturismo consciente: Fluxus, no wave y la descomposición de las formas

La música también le debe una parte considerable de su evolución a quienes, sabiendo teoría y dominando sus instrumentos, eligieron destruir el canon en lugar de perpetuarlo. El movimiento Fluxus, surgido en la década de 1960 y liderado por figuras como George Maciunas, exploraba la intersección entre las artes visuales, la música y la performance, desafiando las nociones tradicionales de forma, estructura y propósito. Fluxus no buscaba belleza ni complejidad, sino interacción y provocación. En este marco, artistas como La Monte Young, Yoko Ono y NamJune Paik redefinieron la música como un acto conceptual, despojado de las ataduras del academicismo.

El no wave, por su parte, emergió en la Nueva York de finales de los 70 como un rechazo visceral al punk rock convencional. Bandas como DNA, Teenage Jesusand the Jerks, Lydia Lunch o Mars destrozaron las estructuras tradicionales de la canción para edificar algo crudo, disonante y profundamente incómodo. Inspirados por el nihilismo y la experimentación, estos artistas rompieron con cualquier expectativa melódica, creando un lenguaje sonoro tan agresivo como revelador, esta senda alcanzaría parámetros extremos con la aparición de la música industrial o el noise, que abrazaron el caos, el ruido y la disonancia como una forma legítima de expresión artística.

En las últimas décadas, la música académica también se ha visto conmocionada por una insurrección de compositores avant garde, que han llevado el desasosiego a los teatros mas exclusivos, creadores de la talla de Lucy Railton, Anna Thorvaldsdottir, Unsuk Chin o Caterina Barbieri, sustentan sus creaciones en la utilización de la aleatoriedad, la disrupción, el tratamiento sónico, la inteligencia artificial y la electrónica experimental, para alumbrar portentosas piezas de difícil estética. 

Radiohead perform on the Pyramid Stage at the Glastonbury music festiva on June 23, 2017.

La ciencia del oído, estética y relativismo cultural

¿Qué es la música? Este es un debate tan viejo como inútil. Lo que occidente llama “armonioso” no es más que un constructo cultural que, en Oriente, podría percibirse como discordancia. La noción de lo qué es música, y más aún, de loqué lo es belleza, ha sido objeto de numerosos estudios científicos; un estudio pionero de 1996 publicado en Nature Neuroscience demostró que la percepción de armonía depende más del entorno cultural que de predisposiciones biológicas; una serie de investigaciones publicadas en Journal of Experimental Psychology(2014) han demostrado que la percepción de la armonía es culturalmente relativa, influenciada por la exposición a sistemas tonales específicos.

Otro estudio de 2018, realizado en la Universidad de McGill, sugirió que el cerebro humano no tiene una predisposición innata hacia ciertas combinaciones de sonidos. Más bien, nuestra percepción de la belleza sonora es un constructo aprendido y otro informe reciente, aparecido en Frontiers in Psychology en 2020, confirma que no hay evidencia genética para preferir ciertos acordes o escalas sobre otros; la música, en esencia, es un lenguaje aprendido.

Estos hallazgos subrayan que lo que llamamos bello o disonante no está preconfigurado en nuestra biología, sino que es un producto de nuestra socialización. En este contexto, movimientos como el ruidismo, el dadaísmo sonoro o el arte sonoro experimental adquieren una relevancia insospechada: no buscan complacer. Sino cuestionar los mismos parámetros que definen lo musical, situando la existencia de formas musicales alternativas en un plano de igualdad con las tradiciones académicas. Si la música no tiene una esencia universal, entonces cualquier combinación de sonidos —por caótica o disonante que parezca— tiene el potencial de ser significativa.

La deconstrucción como legado

La importancia de los no-músicos no radica solo en su capacidad para expandir las definiciones de lo que puede ser música. Sino también en su desafío a las jerarquías establecidas, nos recuerdan que la música no es un acto reservado para élites sistemáticas, sino un fenómeno esencialmente humano. Desde los ruidistas japoneses hasta los amateurs caseros, pasando por los movimientos conceptuales y las innovaciones digitales, estos creadores han ampliado las fronteras del arte sonoro de maneras que los académicos raramente se atreven a explorar. 

Cuando Yoko Ono grita en sus performances, o cuando un desconocido sube una pista caótica a SoundCloud, ambos participan de este acto profundamente democrático de la creación.

No se trata de menospreciar la música académica ni el virtuosismo; ambos tienen su lugar en la historia. Pero si algo nos han enseñado los no-músicos es que la técnica sin emoción es un cascarón vacío. Mientras que el caos y el empirismo, cuando nacen de una chispa creativa genuina, pueden producir obras que desafían y redefinen lo que entendemos como arte.

Quizás el verdadero legado de los no-músicos no sea lo que han creado. Sino lo que han destruido: esa noción arcaica de que la música debe ser bella, ordenada y técnicamente impecable para ser valiosa. Porque en el ruido, en la experimentación, en el caos, en lo inacabado y en lo torpe, encontramos a veces una verdad que ninguna sinfonía perfecta puede ofrecer. Tal vez el mensaje de fondo de los no músicos es que la música, en su forma más pura, no es una cuestión de habilidad, sino de intención y que el espíritu del arte no obedece a reglas. Sino que las destruye.