Carmen Rivera Catedrática Universitaria Escribe: Carmen Rivera, Catedrática Universitaria

“SOSTENUTO/Hay un instante/ de tiempo (ya sin peso) / de amor a domicilio, /que se diluye/ en años de sentarse/ a oír llover/ mientras la noche se abre/ y nos mira/ como un relámpago” (Villa, 2024).

Gabriela Villa nace en México en su poesía fusiona los ecos altisonantes de la pasión como juego latente en la existencia de lo femenino con el ímpetu de la fuerza, esa fortaleza que se rebalsa cuando la rabia cunde, en un hábitat poético reservado solo para los sentimientos y los impulsos que se materializan para humanizarse inevitablemente “YOEIDAD/Se asoma tu sombra/ al miedo del animal/ que ya fui” (Villa, 2024).

Para ella el verso es un artefacto y la palabra un pretexto para el asombro, esas mil maneras clitorianas de entrega que se quedan registradas, selladas en la letra “Arrojar todas/ las preguntas/ que durante la infancia/ se nos arrebataron/para que, /en cada gesticulación, / se nos diluya el temor/de la danza salvaje/que nos devoraba” (Villa, 2024).

Un mapa que la poetisa despliega, que nos conduce a diferentes escenarios contrapuestos, en ellos siempre surgen interrogantes porque no todo es alegría y la tristeza cunde, el dolor a veces desgarra y la resignación arropa, las lágrimas no siempre se quedan y la sonrisa se aloja en la comisura probablemente antes del desenlace así es el verso un espejo que refleja el contraste del ser “Cuando la tormenta/ de arena y su cúmulo/ de lágrimas/ nos atravesó inagotables,/ reconocí —con vida—/ el hilo delgado/ de tiempo fértil/ y descubrí que solo/ en eso radica la belleza (Villa, 2024).

Así se configura el acto de la creación poética, sin aspavientos, con una naturalidad metafórica que se acerca a lo sencillo, sin ser confesional para no enternecer el sufrimiento ni apaciguar las desgracias, incontables voces que se transforman que se articulan en la música altisonante del vínculo, los epítetos son contundentes, confluyen en su cauce y animan el proceso de la inspiración austera y lígrima “Quizá la mar vacilante/ que acepta la materia/ que se asoma/ desde lo profundo, / todo por asumir/ que sin ver es imposible/ y, por la noche (y a ratos) / no me queda más” (Villa, 2024).

“Confesar que he venido, porque quiero sorprenderme” es pues ese cúmulo que no se vacía, reservado para el disfrute y el goce prueba de convertir con pocas maravillas, extraordinarias poéticas acaloradas.

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