Escribe: Augusto Santillana / Abogado y analista político
En pleno siglo XXI, la paridad política continúa siendo una de las mayores luchas de género en el mundo. Según un estudio realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer (ONU Mujeres), de 195 países, tan solo en nueve las mujeres ocupan el cincuenta por ciento de los cargos ministeriales que dirigen áreas políticas. Además, sus funciones suelen estar encasilladas por su propio género, pues las cinco carteras más ocupadas por mujeres son los ministerios de Igualdad de Género; Familia e Infancia; Inclusión Social y Desarrollo; Protección y Seguridad Social; y Cultura, preferentemente.
A nivel de presidentas en ejercicio, y habiéndose alcanzado el número más alto en la historia, 27 países cuentan con mujeres en altos cargos, y solo en 14 ellas ejercen la presidencia. Si bien no comparten una misma ideología política, sí comparten el hecho de ser mujeres. En Latinoamérica, por ejemplo, son seis las que actualmente representan a las mujeres en el poder: Claudia Sheinbaum, presidenta de México; Xiomara Castro, presidenta de Honduras; Sandra Mason, presidenta de Barbados; Christine Kangaloo, presidenta de Trinidad y Tobago; y Dina Boluarte, presidenta del Perú.
A pesar de los avances en materia de igualdad, la política sigue siendo un mundo dominado por hombres. La representación femenina continúa siendo insuficiente en todos los niveles de toma de decisiones. Por ello, todas las mujeres que participan en el ejercicio político enfrentan una mayor presión para que sus gestiones resulten inspiradoras y determinantes en la ruptura del patrón patriarcal. Quienes han logrado llegar a altos cargos están llamadas a convertirse en fuente de inspiración y ejemplo para las nuevas generaciones. Dependerá de su liderazgo y de las decisiones que tomen acelerar el cierre de brechas hacia la igualdad de género en la gobernanza política.
Y si hay alguien que viene destacando nítidamente, gozando del respaldo ciudadano de su población y de la simpatía del mundo entero por su liderazgo sereno, reflexivo pero firme ante los grandes problemas que afronta la nación norteamericana, es la presidenta de México, Claudia Sheinbaum. Desde octubre del año pasado, cuando asumió el mando, se convirtió en la primera mujer que lidera el país desde que, hace dos siglos, obtuvo su independencia de España. Al cumplir su primer año de gestión, la mandataria cierra este primer ciclo con una altísima popularidad, de alrededor del 80 % de aprobación. Su estilo de gobernar ha traído cambios positivos tanto hacia dentro como hacia fuera del país. La política mexicana ha entrado en una nueva etapa con la llegada al poder de la primera mujer en su historia: un estilo más contenido y prudente, pero igualmente infatigable y no exento de ejemplos de firmeza durante este primer año. La meticulosidad es uno de los rasgos que más destacan quienes trabajan en su círculo más cercano.
Su estrategia de “cabeza fría” le ha valido elogios, sobre todo en la turbulenta relación con el vecino del norte, así como de grandes empresarios, de la oposición y de la prensa internacional, que la ha puesto como ejemplo frente a las reacciones airadas de gobernantes hombres como Gustavo Petro, en Colombia. Sheinbaum representa la antítesis de los líderes arrogantes y corrompidos por su ego que hoy dominan la escena política. Por ello, conviene destacar el liderazgo femenino en una mujer que demuestra estar a la altura del cargo que ostenta, con responsabilidad, decoro y respeto por las instituciones de su nación y por el legado que implica liderar cambios en la forma de gobernar, muy distintos a lo que se ha vuelto común en nuestras autoridades.
Serán solo las nuevas juventudes las que redescubran ese camino donde vuelvan a ir juntas la ética y la política.