Historias al atardecer Por Sarko Medina Hinojosa

“…y Alucine, alucine, alucine que tenia poder/

y más poder y más poder/

alucine que tenía poder”

Más Poder – La Sarita

Calixto estaba muriendo y recordaba vertiginosamente sus crímenes cometidos desde que conjuró al Supay junto con sus compañeros.

Más de dos siglos habían pasado.

Antes de entregarse a la desesperación tuvo tiempo de recordar el momento exacto en que su final se tramó. Fue apenas un año antes.

El demonio andino estaba sentado en el mismo lugar donde él se encontraba ahora. Los cinco compañeros suyos estaban presentes y eran contemplados por esos ojos rojos, llenos de fuego azulino. Les dijo: —Como escucharon mankatas humanos, la única manera de entregarles más poder y protección contra de los mistis policías es trayéndome un alma corrompida hasta la saciedad, un oscuro ser que sea pútrido hasta el mismito hueso, solo así les concederé más poder. ¡Y no vengan más por aquí si no quieren que les quite lo poco de que aún tienen, opas ambiciosos! —diciendo eso desapareció.

Calixto escupió a un lado su bola de coca que venía chacchando desde que empezó el ritual para convocar al apu andino. —¡Caracho! Se viene a hacer el ambicioso el demonio este, ¿De dónde vamos a sacar a un desgraciado como pide? —dijo, mirando de soslayo a los otros cinco reunidos. —Vámonos nomás, ya veremos que hacemos después, hoy nos puede agarrar un sawka por quedarnos tan tarde en medio de la puna —les dijo a sus acompañantes y en silencio emprendieron la bajada hacia el poblado cercano.

No se quedaron sin hacer nada. Convencidos de que atrapando algún gringo pervertido de los que pasaban por ese lado de la frontera iban a satisfacer al Supay, se entregaron a la tarea de buscar en las discotecas y festividades de los pueblos aledaños algún desventurado extranjero. No encontraron alguno.

Desanimados, siguieron contrabandeando con sus camiones llenos de mercadería entre las fronteras, pero en varias ocasiones la Ley los descubrió por los caminos de serpiente de la sierra. Los policías tiraban a matar y uno de los conjurados había muerto, no sin antes destrozar a un par de policías fronterizos con sus garras de puma, las cuales desaparecieron cuando las balas de una ametralladora atravesaron su corazón. —¡Por eso me cambie de sitio el mío y lo puse en el hueco de la cadera, pa que lo proteja el hueso! —exclamó uno de los conjurados, mientras se transformaba de oso a humano lentamente, una vez reunidos en la cueva que les servía de refugio.

Ante este aviso de que su poder estaba menguando, Calixto, el líder natural por ser el más sádico y frío al momento de asesinar, estaba maquinando una forma de obtener un alma corrupta, pero no iba a ser fácil convencer a sus compañeros. Con mucho esfuerzo, en los días siguientes, consiguió por separado su apoyo incondicional, recalcándoles que la única manera de capturar un alma como la pedida era interviniendo de día, momento en que eran más vulnerables.

Así, sopesado el peligro, prepararon fríamente sus pasos para capturar al alcalde de la provincia de Lancarota, quién cometió infinidad de crímenes antes de llegar a ser autoridad y, ya en ejercicio, durante diez años atormentó a los pueblos con su poder manifestado en un pequeño ejército personal de sicarios y más de diez brujos a su servicio que le llevaban doncellas vírgenes o las cabezas de sus enemigos por igual.

Los secuestradores ingresaron como cualquiera que quisiera negociar en la fortaleza de ruinas pre inkas de la que era dueño el burgomaestre. Pasar las primeras puertas fue fácil. Llevaban oro huaqueado que siempre es atrayente. En la última puerta no les permitieron el paso, siendo el hijo del dueño del complejo el que los atendió. Entonces uno de los compañeros de Calixto se transformó en un caimán de agua y ahogó a todos en la sala mientras los demás, con agallas ya preparadas, nadaban hasta la puerta de metal que daba pasada a la oficina central.

Mientras uno de ellos convertido en un huanáco de hielo congelaba intensamente el metal otro en forma de mono preparaba un brazo fulgurante de lava para quebrar la entrada. Conseguido esto, los cuatro ingresaron al salón para hallar a tres de los brujos que de inmediato se transformaron en bestias. Los atacantes tomaron nuevas formas. Uno de ellos se dejó tragar por uno de los protectores del complejo, transformado en una bestia parecida a un flamengo. En su interior se transformó en un cactus y explotó al ave metamorfoseada. Otro le cortó la cabeza a uno de los hechiceros con sus enormes tacas de escorpión, mientras que Calixto eliminaba al último enemigo con un certero picotazo de cóndor gigante. El cuarto compañero redujo al alcalde con un abrazo de perezoso y en los lomos de Calixto, salieron por el ventanal que daba al precipicio. Los otros también tomaron formas de aves para huir.

Luego de varios días ocultos y despistando a los parientes del poderoso rehén, llegaron al lugar del sacrificio. El Supay los esperaba sentado en la misma piedra de siempre. Allí estaba el puntal de eucalipto, listo para el empalamiento y recordó Calixto que él mismo lo templó con fuego para que atravesara de parte a parte a su víctima, imaginando el terrible dolor que sentiría la victima castigada con tal suplicio. Cuando se posaron en tierra y empezó a desatar al secuestrado, sintió que unas redes hechas con cardón lo atrapaban, impidiéndole zafarse por tener además una combinación mágica. No entendió nada hasta que vio los ojos fulgurantes mirándolo con codicia y comprendió inmediatamente que el alma ansiada por el demonio era la suya. Se le abrió el entendimiento: sumando todos sus crímenes y excesos, ampliamente superaban a los del burgomaestre.

Mientras era colocado por sus traidores compañeros en la posición adecuada para el ritual, vio como el demonio se sacaba del cuerpo cuatro semillas negras relucientes de pacay, llenas de poder, del cual no disfrutaría.

—¿Qué hacemos con el otro? —preguntó uno de los conjurados —Déjenlo, hace tiempo no como carne humana con tal fuerza de espíritu —respondió el Supay, que fue lo último que escuchó Calixto antes que el palo lo terminara de atravesar.