Por Víctor Miranda Ormachea
El mito arequipeño, como toda construcción identitaria, es un arma de doble filo. Nos habla de una ciudad de sillar, de tradición y de una majestuosidad anclada en el pasado. En el ámbito musical, esto se ha traducido en la hegemonía histórica del rock convencional y el pop, o el metal, el punk y los ritmos de consumo masivo. Pero hay otra historia que late en las catacumbas. Es la historia de un puñado de creadores que, a contracorriente, decidieron que el futuro no era una promesa, sino una tarea. Este es un intento de cartografiar esa otra Arequipa, la que piensa y pretende sonar en tiempo futuro.
Las primeras rupturas: de la disonancia de los 80’s al post-punk de los 90’s
La historia de la disidencia sonora arequipeña probablemente nace con un acto de rebeldía en una década que no lo pedía: el rock progresivo. Mientras el new wave y el pop dominaban la radio, proyectos como Opus (1985) introdujeron una complejidad instrumental que era ajena al circuito local; su posterior evolución hacia Catedral de Humo (1987) marcó una radicalización, incursionando en territorios psicodélicos que crearon un sonido denso y atmosférico, altamente histriónico, anticipándose a cualquier otra propuesta del momento y de paso convirtiéndose en referente histórico de lo que debe hacer una banda para trascender.
La década siguiente, la del 90, fue la génesis de lo que vendría después, aunque el metal y el punk eran lo cotidiano en la escena rockera independiente local, un puñado de bandas exploró territorios más abstractos. El caso más emblemático es Exilio (luego transmutados en Ruidósfera), que sentó las bases de la vanguardia arequipeña desde la primera mitad de los noventas. Aquí la banda ya apostaba por el noise rock y el post-punk recrudecido, sonidos prácticamente inexistentes en el circuito local.

A finales de esta misma década, la escena se diversificó con propuestas clave. El Divino Juego del Caos (1998) fue, en definitiva el primer proyecto de electrónica experimental, con una mezcla de post-rock y ambient que se adelantó a su tiempo. Más adelante la aparición de la banda de rock alternativo Irijua Yin incursionó en una estética oscura y perturbadora, con una fuerte impronta post-punk, demostrando que la vanguardia no solo es conceptual.
La primera ola electrónica y los nodos de la escena (años 2000)
Los años 2000 marcan el nacimiento de la primera gran ola de experimentación propiamente dicha, especialmente en su faceta electrónica. Quilluya (2001) se convirtió en un hito ineludible al ser el precursor a nivel nacional en fusionar de manera violenta electrónica de vanguardia (big-beat, jungle, EBM) con canto ritual andino. Sus performances en vivo eran actos de catarsis pura, donde la teatralidad y la destrucción de equipos eran parte del ritual. Quilluya demostró que se podía crear una propuesta proto-electro-folklórica-noisy con una identidad propia y profunda, y su minigira por Lima demostró que su propuesta tenía resonancia más allá de la ciudad.
Esta década también fue crucial para la institucionalización de la escena. La labor de colectivos como Asim’tria y eventos como el Encuentro de Ruido (REUDO), gestados por Marco Valdivia (No God/Nodo), a mediados de dicho periodo, fueron decisivos. Estos espacios, con sus talleres, conversatorios y conciertos, actuaron como catalizadores, creando una red que permitió a la música experimental arequipeña conectarse con proyectos nacionales e internacionales. Esto explica por qué, a pesar de su tamaño, la escena ha logrado producir propuestas de riesgo. Paralelamente otros proyectos que surgieron en esta década, como Interruptor Cucaracha (2003), reforzaron la apuesta por un rock progresivo caótico y desparpajado, heredero directo de Catedral de Humo, o Sicalípsis (2003), que aportó una dosis de noise y nihilismo sonoro al momento.
Consolidación y diversificación conceptual (años 2010)
La década de 2010 fue un período de madurez y diversificación. Proyectos que venían de la década anterior, como L-Ror, consolidaron su trabajo. L-Ror, activo desde principios de los 2000, publicó una serie de álbumes en plataformas digitales, culminando en la ambiciosa obra “The Presence and Absence of a Swerve Heart in theBirth of Evil” (2022). La misma que hibrida de forma inédita lo neo-clásico con el noise y lo sacro, y que es una de las declaraciones artísticas más insondables de la escena.
Al mismo tiempo, una nueva generación emergía. La Vie evolucionó hacia el ambient y el ambient-chamánico en trabajos como “Magic Mushroom” (2018). De manera similar, Yume Station (2018) apostó por texturas oníricas y electrónicas, con una fuerte influencia del click and cut y el glitch. La irrupción del math rock con Tony Danza (2018) fue un quiebre técnico, un desafío a la lógica rítmica que contrastaba con la textura caótica de otros proyectos. Y para reforzar el lado más visceral de la escena, Nra Ruido(2018) ofreció una propuesta performática de caos, ruido y destrucción; una confrontación directa con el público. Y por su parte Orquidea institucionalizó formalmente el shoegaze en la ciudad.

La internacionalización silenciosa y la heterogeneidad (años 2020)
La década actual ha visto la consolidación de la escena y un notable, aunque limitado, alcance internacional. La proliferación de ediciones en cassette, los lanzamientos en Bandcamp y las compilaciones curadas por sellos foráneos, como “Roiduoma Vol. I”(2020), son prueba de que Arequipa está exportando su sonido. Estos compilados demuestran la fertilidad creativa de la ciudad, que abarca desde el bedroom pop y el shoegaze hasta el drone y el noise extremo.
En el centro de esta proyección se encuentra Fiorella16, que con más de dos décadas de actividad, ha logrado una “proyección” global que ningún otro proyecto experimental arequipeño había alcanzado. Ha colaborado con referentes del shoegaze americano como Lovesliescrushing, ha fichado por sellos internacionales y es el primer solista experimental arequipeño en lanzar vinilos. Su reconocimiento en medios y plataformas internacionales lo coloca como uno de los mayores referentes de la escena actual.
Otros proyectos recientes, como Dune (2023), que se enfoca en la estética del EBM y el coldwave, demuestran que la búsqueda de nuevos sonidos sigue viva. Sin embargo, esta vanguardia no existe en un vacío: es la coexistencia de estas propuestas con proyectos de géneros más convencionales, pero no menos interesantes, como Vida en Marte, Reverb Chamber, The Genious Sex Poets o Ruido ST, que se mueven en un espectro que va del indie lo fi hasta el bedroom pop, pasando por la psicodelia, el hip core o el dream pop y el shoegaze con ambición estética; lo que enriquece el ecosistema musical.
En resumen, la historia de la música de vanguardia en Arequipa es la historia de una disidencia perseverante, de resistencia y persistencia. Es un camino trazado por una minoría activa que, sin la infraestructura de otros centros culturales y a menudo ignorados por la prensa local, ha hecho aportes únicos y sustanciales demostrando que, si bien Arequipa siempre se encontrará anclada a lo conservador, la innovación no tiene porqué buscar un gran público, pero sí hacerse en serio.