Subversónico: La falacia del stream, ¿mide Spotify el pulso musical del Perú?

Por Víctor Miranda Ormachea

La industria musical global, en su afán por cuantificar la popularidad, ha adoptado una métrica estandarizada: el recuento de reproducciones en plataformas de streaming. Para medios y analistas, este número se ha convertido en el nuevo indicador de éxito, ventas y masividad. Sin embargo, en un país con las particularidades socioeconómicas y tecnológicas de Perú, y con una lente enfocada en Arequipa, la relevancia de esta métrica es, en el mejor de los casos, cuestionable. Asumir que las cifras de Spotify reflejan el pulso musical del país es una lectura superficial que confunde una minoría privilegiada con la totalidad de la audiencia.

La base de este argumento se encuentra en la evidencia de la brecha digital. Si bien la penetración de smartphones es alta en el país, el acceso a internet y, crucialmente, a planes de datos que permitan el consumo constante de streaming, sigue siendo un privilegio. El INEI documenta que, para 2023, solo el 69.8% de los hogares peruanos tenía acceso a internet. Esta cifra, además, oculta las profundas disparidades regionales y de clase social, donde el acceso es significativamente menor. Para la gran mayoría, la música en sus dispositivos móviles se consume a través de plataformas gratuitas como YouTube (sin que importe su publicidad) o mediante la transferencia informal de archivos. En este contexto, cualquier análisis que se base exclusivamente en Spotify, como hacen algunos medios, está operando bajo una premisa defectuosa y un sesgo engañoso.

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Para nuestro país la radio tradicional, lejos de ser un medio en declive, sigue siendo la principal vía de acceso a la música para la mayoría de los peruanos. Su omnipresencia en vehículos, espacios públicos y hogares de diversos estratos sociales la convierte en el verdadero termómetro de la masividad. Un estudio de CPI de 2022 confirmaba que la radio llega a más de 20 millones de peruanos semanalmente, esta cifra contrasta de forma abrumadora con los números de suscriptores de pago de cualquier plataforma digital en el país. En Arequipa (como en el resto del Perú) el éxito de un artista no se valida en un algoritmo, sino en la rotación que su música consigue en emisoras populares, que se sintonizan desde el centro de la ciudad hasta los distritos más alejados.

Esta desconexión entre la métrica digital y la realidad del consumo tiene implicaciones directas en la percepción de los géneros. La cumbia, por ejemplo, con su profunda raigambre cultural y social, es un fenómeno de masas en el país. Su popularidad, avalada por estudios como los del IEP y la abrumadora convocatoria en conciertos, la sitúa como uno de los géneros más importantes en el consumo popular. Sin embargo, en las listas de streaming, un artista de cumbia puede verse superado por un exponente del rock alternativo o del pop, cuyo público, aunque fervoroso, es considerablemente menor en número total y está concentrado en una audiencia digital. De esta forma, el éxito de nicho se viste de masividad, mientras que el verdadero éxito masivo se invisibiliza de alguna forma.

La obsesión por las cifras de streaming también crea una narrativa que tergiversa el panorama musical peruano. Al elevar a la categoría de «éxito» a los artistas que dominan una plataforma de consumo minoritario, se desvaloriza a aquellos cuya popularidad se ha forjado en la radio, en los conciertos y en la propia cultura popular. El éxito de la cumbia, la salsa o la música andina no puede medirse solamente en clicks, sino en la capacidad de convocar a miles de personas, de sonar en cada celebración y de ser parte del tejido sonoro de la vida cotidiana.

Spotify es una herramienta útil, valiosa, con sus gráficos y sus métricas, para la industria en Occidente. Y permite comprender las preferencias de un sector de la población, pero es insuficiente y engañosa para medir el éxito a nivel nacional. La popularidad de los músicos en Arequipa y en el resto del Perú sigue siendo determinada por el alcance de la radio y la capacidad de los artistas de conectar con un público que no vive su vida dentro de la virtualidad ni de una aplicación. El éxito real de un músico en este país no está en la cantidad de reproducciones, sino en la profundidad de su resonancia cultural y en la cotidianidad que profesa su reconocimiento.