Teodoro La Rosa nació en Arequipa en 1818, en condiciones humildes, acogido en una casa de huérfanos. Pero eso no impidió que forjara una carrera notable en el derecho y la política peruana del siglo XIX. Se formó en el Seminario de San Jerónimo y en la Universidad San Agustín, y desde joven se mostró comprometido con los asuntos públicos. Fue redactor combativo en El Republicano, donde arremetía contra los abusos del gobierno boliviano y su moneda devaluada que afectaba al sur peruano. Pronto dio el salto a la política, como diputado por Camaná y Caylloma, y ocupó distintos cargos en la administración pública y el sistema judicial, incluido el de vocal en las Cortes Superiores de Arequipa y Lima.

Su papel más visible llegó en los años 70, cuando fue presidente del Consejo de Ministros. También fue ministro de Justicia durante el gobierno de Mariano Ignacio Prado. Le tocó enfrentar una época turbulenta, marcada por las rebeliones de Nicolás de Piérola, como aquella que terminó con la captura del Huáscar y el combate de Pacocha. Ese episodio, que desató protestas en Lima y Callao, selló la caída de su gabinete. Aun así, siguió teniendo peso en la vida pública, como fiscal de la Corte Suprema, desde donde se opuso a los reclamos de Dreyfus por la deuda nacional. Murió en Lima en 1882, dejando el recuerdo de un hombre de leyes que no se quedó callado ante los intereses foráneos ni los conflictos internos.

A LAS ROSA

Ayer, aquí, en plácido reposo
Vuestra suave fragancia respiraba;
Por doquiera contento
Este hermoso vergel me prodigaba.

Ayer, no más, os vi lozanas, rosas,
Derramando a torrentes de dulzura,
Insultando soberbias
Del resto de las resto la hermosura.

En pompa y majestad ¿Cuál disputaron
Pudo den entre las flores presumida,
Que no fuera al instante
Por su misma impotencia combatida?

Sin émulos , orgullosas, dominabais
Este ameno jardín, que alarde hacía
De haberos producido,
Pues eráis su ornamento y alegría.

¿En dónde pues está tanta belleza,
Fragancia y resplendor y lozanía?
Marchitas, destrozadas,
No duró vuestro imperio sino un día.

Entre un muelle verdor caras delicias,
Fuistéis, no ha mucho, mi inocente encanto;
Contraste lamentable,
Ayer me dísteis vida y hoy espanto.

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