Por: Sarko Medina Hinojosa

«Estamos transmitiendo en vivo desde las afueras del Hospital Rebagliati donde una situación de emergencia se desarrolla en estos momentos. Mi nombre es Daniel Suárez para Canal 4 Noticias. Son las 3:42 de la tarde y, como pueden ver a mis espaldas, una joven se encuentra en el borde de una ventana del piso catorce. La policía y los bomberos ya están en el lugar.»

«La tensión es palpable. Según nos informan fuentes del hospital, se trata de una paciente de oncología. Podemos ver que personal médico está ingresando a la habitación en este momento. Bomberos despliegan una colchoneta de seguridad, aunque todos sabemos que desde esa altura…»

«Vemos movimiento en la ventana. Parece que alguien está intentando dialogar con ella.»

«¡Se ha lanzado! ¡Dios mío, se ha lanzado!»

«Lo que estamos presenciando… no tengo palabras para describirlo. La paciente no está cayendo, está… flotando. Es imposible, completamente imposible.»

«Ha… ha tocado tierra sin sufrir daño alguno. Es… es un milagro. No encuentro otra palabra para describirlo.»

Aún tiemblo al recordar lo que presencié aquel día. La joven en el alféizar, el viento agitando su bata blanca, su cuerpo extremadamente delgado revelando la batalla que libraba contra la enfermedad. La multitud conteniendo la respiración. El tiempo detenido.

Cuando se lanzó, mi corazón se detuvo. Como periodista, he cubierto accidentes, desastres naturales, incluso tiroteos, ya saben, el Perú y esta ciudad de caducos virreyes está enferma. Pero nunca algo como esto. En lugar del impacto brutal que todos anticipábamos, presenciamos lo imposible: un descenso lento, ceremonioso.

Su cuerpo pareció desafiar la gravedad, meciéndose suavemente en el aire como si una mano invisible la sostuviera. La bata ondeaba a su alrededor creando la ilusión de alas blancas. Los segundos se estiraron eternamente mientras la multitud guardaba un silencio sepulcral.

El sonido de sus pies tocando el suelo fue tan suave como el susurro de una hoja al caer. Sin impacto. Sin daño. Solo una llegada perfecta que desafiaba toda lógica.

Esa noche no pude dormir. Revisé el material grabado decenas de veces, buscando cables, trucos, cualquier explicación racional. No encontré nada. Solo ese destello fugaz de luz justo cuando comenzaba su caída. Tal vez un reflejo, tal vez algo más.

La noticia se propagó como fuego. «El milagro del Rebagliati», lo llamaron. Científicos propusieron teorías sobre corrientes de aire y efectos ópticos. Líderes religiosos hablaron de intervención divina. Los escépticos buscaban el truco tras el aparente prodigio.

Yo solo sabía una cosa: necesitaba hablar con quien estuvo allí, en esa habitación, en el momento exacto.

«Nos encontramos nuevamente en el Hospital Rebagliati, esta vez para intentar entender lo que muchos llaman ‘el milagro del Rebagliati’. Me acompaña el enfermero Julián Morales, quien estuvo presente cuando Lucía Campos decidió lanzarse al vacío.»

Julián es un hombre de unos cuarenta años, con una calma que contrasta con la agitación mediática. Mientras médicos ofrecen explicaciones científicas y líderes religiosos declaran milagros, él ha mantenido un discreto silencio.

«Enfermero Morales, usted estaba en la habitación en el momento exacto. ¿Qué puede decirnos sobre lo ocurrido?»

«Lo que ocurrió fue un trabajo en equipo,» responde con voz serena. «Mientras el Dr. Mendieta distraía a Lucía, yo aseguré un cable de seguridad a su bata. Un gancho con soga ultradelgada.»

«Pero eso no explica cómo descendió tan lentamente,» replico. «Todos vimos cómo flotaba.»

Julián sonríe ligeramente.

«El cerebro humano hace cosas extrañas en situaciones extremas. La soga era elástica, diseñada para amortiguar caídas.»

Terminamos la entrevista, pero cuando las cámaras se apagan, le pregunto:

«En privado, Julián… ¿qué fue lo que realmente pasó?»

Me mira fijamente. Finalmente, saca de su bolsillo un pequeño crucifijo de plata.

«Llevo treinta años como enfermero. He visto personas morir que deberían vivir y personas sobrevivir cuando deberían haber muerto. Si hay algo que he aprendido es que hay fuerzas que escapan a nuestra comprensión.»

Hace una pausa para decir una frase más y alejarse caminando.

«Nunca les mostraré el gancho, porque nunca existió tal cosa, pero a veces la gente necesita una respuesta lógica para perder la esperanza, mientras que otros no necesitan de eso para creer y vivir.»