El papa Francisco murió este lunes 21 de abril a las 7:35 a.m. en su residencia de la Domus Santa Marta, en la Ciudad del Vaticano. Tenía 88 años. Su partida deja un legado poderoso, especialmente en su defensa de la Amazonía y de los pueblos originarios que la habitan. A través de gestos concretos y documentos claves como la exhortación apostólica Querida Amazonía, publicada en 2020, Francisco se convirtió en una de las voces más firmes dentro de la Iglesia Católica en favor de los derechos indígenas, la justicia ambiental y la dignidad de las culturas ancestrales.

Uno de los hitos más recordados de su pontificado fue su visita a Puerto Maldonado, en Perú, en enero de 2018. Allí se reunió con unos 2 mil representantes de pueblos indígenas amazónicos y compartió un almuerzo con líderes originarios. En ese encuentro, Francisco reafirmó que “la tierra no es un bien económico, sino un don de Dios”. Además, que los pueblos indígenas no son una minoría vulnerable, sino actores esenciales para la preservación del planeta. A partir de esa experiencia, se fortaleció el diálogo entre la Iglesia y las comunidades amazónicas, así como la presión por políticas públicas más justas.

El pontífice también reconoció, con valentía, las heridas abiertas por la colonización. En 2015, durante el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, pidió perdón por los crímenes cometidos contra los pueblos originarios durante la conquista de América. Muchos de ellos en nombre de la Iglesia. Esta autocrítica se inscribió en su impulso de una Iglesia en salida, consciente de su historia. Además de su compromiso con la reparación, la memoria y la dignidad de quienes han sido históricamente excluidos.

En su exhortación Querida Amazonía, Francisco planteó sus “cuatro grandes sueños” para la región: uno social, por la justicia y los derechos; otro cultural, por la valoración de las raíces indígenas; el ecológico, por la defensa de la selva como “pulmón del planeta”; y uno eclesial, por una Iglesia con rostro amazónico. El compromiso era un modelo de desarrollo que no sacrifica a las personas ni a la naturaleza. Y una evangelización que no impone, sino que dialoga.

Este enfoque también supuso una crítica abierta a las lógicas colonizadoras, extractivas y tecnocráticas que ven en la Amazonía un territorio de recursos y no de vida. Francisco insistió en que el cuidado de la selva y la justicia social no pueden separarse. “El daño a la naturaleza es un daño a la humanidad”, dijo. Para él, no era posible hablar de fe sin hablar de los más pobres. Ni de Iglesia sin pensar en los márgenes donde la vida resiste.

La muerte del papa Francisco cierra un ciclo histórico dentro de la Iglesia Católica, pero su mensaje para la Amazonía queda como testamento espiritual. Mientras la comunidad internacional despide a un líder que desafió los poderes de este mundo desde la fe y la ética, los pueblos originarios de la selva —a quienes él llamó hermanos y aliados— lo recordarán como uno de los pocos que realmente los escuchó y se puso de su lado.