Por Jorge Luis Quispe Huamaní
Un chorro de charco de sangre. Una ceja partida. Un joven gritando que vocifera Ser de la UNSA. Tuve la ocasión de ser testigo involuntario de registrar cómo la Policía retira a los jóvenes cuyo ímpetu les impele a continuar tomando bebidas alcohólicas en el centro de la ciudad. El panorama es el de siempre. Me pregunto si alguna vez yo opuse una resistencia tan estúpida y obstinada. Este un o una joven a esta hora debe estar preguntándose qué hizo para que Twitter, marca tan inconfundible en mitad de la cara la taguee con desvergonzada imprudencia. Año a año es el escenario de toda la vida: jóvenes roseados por el cisterna, adultos resistentes a desocupar el centro histórico y las grescas, peleas y enfrentamientos que tienen por objeto recuperar un propósito tan improbable como certero.
Los obstinados jóvenes insisten en pedir dulces, pero no, lo único que reciben es agua y arena y frío y salvar las apariencias. No sabría si preguntar quién carga la responsabilidad. Solo me cabe cuestionarme a mí mismo quién o quiénes cargan la sumisión de este desastre. La pregunta es la misma 15 años. Quién o quiénes son los desinhibidos ni una saltarse ni en la pregunta, más aún ni en la preocupación de los deudos. La chica víctima solo cuenta veinte años. Su familia cargará con el castigo de ser el único establecimiento en no dejar de atender al público mientras ellos atendían a los acongojados familiares.
A menudo me pregunto qué harían mis hermanos o cómo reaccionarían mis hermanos cuando se enfrenten, si es que no lo han hecho antes. A la fatal noticia: «Tú hermano, tu mamá. Tu hermana o tu cuñado ha muerto». ¿Esa llamada fatal ha fallecido, ha fenecido y ha sido reemplazada por “Vamos a comer algo? De inmediato estoy en la Morgue Ceentraal. Todo el día pierde o se consume o aburre una serie, pero por alguna razón le centro de la salud es el rey de los días que nos gobiernan. No es mi intención ir de moralista, aún de ético, pero no me niego a llamar la atención a hechos respecto al consumo desmedido de alcohol. Ya se ha dicho no sé cuántas veces que al salir habría que llevar en la billetera o la cartera un secreto para el efectivo y los documentos, pero ahí los tienen preguntando y repreguntando los ya caídos por el alcohol.
La realidad supera la ficción con creces que no es necesario traer aquí a colación. Si alguien ha llegado a este párrafo que encuentre bastante solaz en reparar que está con vida, que no maneja y que ha cruzado la pista salvando el pellejo. Esta ciudad hace tiempo que ha dejado de ser ésa en que los adolescentes podíamos regresar de La Estela o de El Montonero o aún de El Monserrat, cada cual lucha por llegar con o sin vida a su casa. Sino párense cada cual en el Puente Grau para comprobar después de las tres de la madrugada cómo los conductores arman filas para competir cual dioses inmortales del Olimpo. Quisiera reparar en el hecho de que una conductora dormida impactó directamente con un hombre en la avenida Villa Hermosa. Ella no lo sabe, pero pudo matar al alguien. Ojalá que el colegio – si se descubre que es abogada – la sancione de manera ejemplar. Sin embargo, esto solo es una anécdota de todo lo que ha acontecido esta madrugada y la del jueves. Agradezcamos estar vivos.




