Meditaciones arequipeñas: Queremos Festival del Libro

Por Jorge Luis Quispe Huamaní

No hay mal que dure cien años ni ciudad que lo aguante. He debido traer a colación este consabido adagio en virtud de lo siguiente: Tras 17 años ininterrumpidos, esta contragestión provincial se llevará el indigno mérito de ser la única que se ha ensañado de manera tan torpe y tan obtusa con la cultura y los libros que ni ellos mismos advierten lo que están haciendo. Lo que venía diciendo, tras 17 años ininterrumpidos este año la ciudad de Arequipa se va quedando sin su tradicional Festival del Libro que se llevaba a cabo, ya lo sabemos, en la calle San Agustín.

He tenido ocasión de cuestionarle al antialcalde Rivera hasta tres veces por su acaso infundado e inútil encono al Festival del Libro y las tres veces me ha respondido lo mismo: que no se puede hacer en la calle San Agustín porque es un supuesto riesgo. Y que «si quieren a los organizadores del Festival se les puede permitir en otras zonas». Así con ese aire de desteñida condescendencia y desvergonzada ignorancia. Como si este imprescindible evento cultural y literario no tuviera nada que ver con él, como si aquel nos estaría haciendo un favor a los deudos del querido Festival. Y eso solo para empezar.x

Tiempo después le insistí por el Festival recordándole al alcalde Rivera que en Cusco, una metrópoli que se precia de presumirse ombligo del mundo, hace su Feria Internacional del Libro en su plaza principal. Y en Lima, la Feria del Libro Ricardo Palma se desarrolla al frente del mar – qué delicia sentir la brisa marina al mismo tiempo que se abre un nuevo libro que nos regala su olor inconfundible a nuevo, a recién salido de imprenta, a hermosamente limpio. Siempre me ha gustado creer que ese aroma es una promesa de placer, gozo o sufrimiento, dependiendo del libro – sin miramientos y con todo el apoyo de autoridades y público. Su respuesta fue que no se puede comparar las ciudades. Por supuesto que no se pueden comparar. Y como el dimitir no me va bien, ahí me tienen, que le pregunto una tercera vez, abiertamente socarrón: «¿Usted reniega de la cultura y de los libros?». Riéndose me responde que no, que él es un «académico» y que «siempre» ha apoyado la cultura. «Me estás cargando», pienso inmediatamente pero no sé lo digo. Ya saben, las buenas formas del protocolo en una entrevista.

Y así llegamos a los días que tocan con los nuestros. Tuvo que venir el rey de España para que los arequipeños advirtamos que sí se puede hacer una feria del libro en una calle como San Agustín y Santa Catalina. Asistimos al descubrimiento que el único riesgo es que descubramos cuán ignorante puede ser una autoridad. Y que cuando hay voluntad coactiva, o subliminal sumisión, las cosas se hacen y se hacen bien. Es de no creer, todavía tengo el recuerdo literal del discurso de Rivera cuando hicieron arequipeño ilustre al autor de Coquito. «¿Quién tiene biblioteca? Muy pocos ahora». Yo pienso ahora que serán menos con este afán de restringir el querido Festival del Libro.

Es necesario tenerlo claro y presente, las actividades culturales que se hacen en Arequipa son de carácter privado y extranjero. El Congreso de la Lengua fue petición de Vargas Llosa. Y ahora el Hay Festival que refresca el panorama cultural también tiene arraigo particular. La Feria Internacional del Libro se hizo sorteando una clausura provincial. De manera que esta gestión no ha motivado absolutamente ningún evento propio de Arequipa relativo a la lectura, al libro y a la literatura. 

No faltará quien se pregunté por la insistencia de hacer el Festival del Libro en la calle San Agustín. Permítanme unas breves líneas en lo tocante a esto. El Festival congrega la participación de cerca de 40 expositores, la mayoría de ellos vienen de Lima. Si bien el Festival nos permite el acceso directo a los libros y novedades de lo que se está produciendo a nivel nacional e internacional, esta variable exige un margen de ganancia para los libreros, quienes solventan su estadía, su comida, el traslado de decenas de cajas de libros, logística para que al stand no le falte nada y esto es de subrayar, emplean a jóvenes universitarios en caso de necesitarse. Los libreros viven de este trabajo. Hacerlo en otro ambiente supone un despropósito y un acto cruel para los expositores. Si ya es mucho tratar de vender libros en el Perú, los responsables de ello merecen todo el apoyo de las autoridades. Por consiguiente, el Festival debe realizarse en un espacio céntrico que facilite la visita de la mayor cantidad de lectores, académicos, estudiantes, curiosos y peatones. Para este empeño la calle San Agustín se erige como idónea para la realización del Festival ya que además de eso, los invitados pueden hacer sus debates y presentaciones en el Paraninfo de la UNSA. No es un capricho anodino, es una industria en crecimiento.

En los próximos días el alcalde negará nuevamente su evidente desdén a la cultura del libro. Y lo hará este 2 de diciembre cuando se conmemoran 25 años de que la UNESCO declare el Centro Histórico de Arequipa como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Solo Rivera sabe qué mentiras expondrá en diciembre. Yo desde esta columna lo tengo claro: mientras siga el veto al Festival del Libro en la calle San Agustín todo es una mentira, una entelequia, un agravio a nuestros queridos libros.

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