El analista político Augusto Santillana advierte que el Perú continúa atrapado en su dependencia extractiva. Romper la “maldición del oro” exige invertir en innovación, ciencia y educación para impulsar un crecimiento sostenido basado en el conocimiento.

Por Augusto Santillana. Analista político

Hay una frase muy conocida por casi todos, y que siempre se expone para destacar la bendición de nuestro país de contar con valiosos recursos naturales, pero a la vez, la maldición de no exhibir altos niveles de desarrollo y crecimiento económico, “El Perú, es un mendigo sentado en un banco de oro”, atribuida a través de la historia, al sabio italiano, Antonio Raimondi. Y que parece estar muy vigente. 

Es notorio que el Estado, no prioriza políticas públicas ni destina recursos presupuestales dignos de destacar, para la investigación, la ciencia y la innovación. Es quizá “la última rueda del coche”. La baja inversión en investigación y desarrollo en el Perú contrasta con las cifras de otros países de la región, lo que pone de manifiesto la urgencia de adoptar medidas que promuevan un entorno más favorable para la innovación. El exministro de Educación, Daniel Alfaro, reveló que el Perú destina apenas el 0,12% de su Producto Bruto Interno (PBI) a investigación y desarrollo, (I+D), una cifra que considera insuficiente para generar un impacto significativo sobre el sector.

El sistema económico mundial, nos ha endilgado a la región, la etiqueta de que económicamente solo servimos para ser países extractivos de recursos naturales: oro, cobre, plata, gas natural, litio. Por eso mismo, la abundancia de nuestros recursos es a la vez nuestra maldición de ser países tercermundistas y tener bajos niveles de desarrollo en todos los aspectos. Vemos a Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwán, países que no cuentan con recursos naturales, pero han logrado un nivel de desarrollo y son líderes en ciencia y tecnologías. Resultado de innovar y apostar por la educación.

Hace poco, se entregó el premio nobel de Economía, a Joel Mokyr, PhilippeAghion y Peter Howitt, sobre su teoría del crecimiento sostenido a través de la llamada “destrucción creativa”. Esta es definida como un proceso en que la innovación desmantela estructuras económicas tradicionales, abriendo paso a otras nuevas. Enfatizando la importancia de que una sociedad esté abierta a nuevas ideas e impulse el cambio. A partir de la premisa de la destrucción creativa, popularizada por el economista austriaco Joseph Schumpeter, que inyecta savia nueva a la economía y ahora parece tan obvia.

Abundan múltiples ejemplos de destrucción creativa, lo nuevo suple a lo viejo, como el tránsito de las cámaras de fotos a los teléfonos inteligentes que culminó en la quiebra de Kodak; el salto de Motorola, Nokia o Blackberry hasta el iPhone de Apple; de las tiendas de VHS al streaming (Netflix) o los cambios en los formatos en que escuchamos música, de lo físico a Spotify, y ahora, la IA. 

Pero, este crecimiento innovativo al que se refieren los tres galardonados con el Nobel, ya no se puede dar por sentado. Y no solo por la nimiedad que hacen de él los actuales gobiernos de la región; sino porque, sobre esto pesan amenazas como los oligopolios tecnológicos, el abuso de la posición de dominio, las restricciones a la libertad académica, el proteccionismo ahora en boga, la corrupción generalizada, o la expansión del conocimiento a nivel regional y no global. Si no respondemos a estas amenazas, la esperanza de un crecimiento sostenido, con la “destrucción creativa”, podría alejarse más, y tendríamos que seguir acostumbrados a la maldición del estancamiento.

Pero toda maldición puede ser exorcizada, sacudida, retirada. Depende de avisar el futuro y apostar por cambiarlo, si de verdad es una bendición poseer tantos recursos naturales. Ello, debe servir para variar la parrilla de las partidas en las que se invierte y apostar por la innovación y la tecnología. Descontado está el talento humano de nuestros jóvenes. La universidad, no puede ser vista como un negocio para beneficio de sus dueños. Por ende, debemos impulsar ejércitos de ingenieros, científicos, informáticos, ambientalistas y técnicos y, restringir carreras tan saturadas, solo por la tentación del negocio que representa. Aquellos, llamados a dirigir nuestra Nación, deben ser conscientes de esto y hacer una introspección social a nivel de sus militancias para ser agentes del verdadero cambio.