La orfebrería es un oficio que corre el riesgo de desaparecer. En un país donde el brillo del oro suele opacar el valor del trabajo manual, Grerio Palomino Yapo, uno de sus mayores exponentes y reciente ganador del Premio Patronato Plata del Perú 2025, junto a su hermano mayor Víctor, nos concede una entrevista virtual el último viernes por la mañana para contarnos su historia.

Ese mismo día por la tarde, tiene una reunión con otros 40 orfebres. La idea es formar una asociación que revalore el oficio. “Muchos exponentes, por ejemplo en Cusco, se están llevando sus conocimientos a la tumba. Queremos que no se pierda la técnica”, nos dice Grerio.

Nuestro personaje muestra una preocupación genuina. Lleva casi toda su vida dedicada a la orfebrería. A los ocho años viajó desde Puno, su tierra natal, a Cusco, donde aprendió el oficio de la mano de su hermano mayor, con quien compartió su infancia y adolescencia en el taller de una ciudadana australiana, Catherinne Walker, ubicado entonces en la ciudad imperial. “Me daba un dólar para mi almuerzo por el trabajo que hacía. Era un niño, ayudaba en lo que podía y aprendía”, recuerda.

El Baile del Colibrí. Grerio Palomino Yapo y Víctor Palomino Hichuta. Foto: José Palomino.

En el mercado de la orfebrería y la artesanía, nos cuenta, hay mucha informalidad. Los pedidos se entregan tarde, “…o en algunas ocasiones, cuando das un adelanto, te cierran”, dice. Cerrar es la expresión que usamos los peruanos para pasarnos de vivos, aprovecharnos del otro y sentirnos superiores por ello. Esa idiosincrasia es transversal en todos los ámbitos de nuestra cultura como país.

Hay poco aprecio por su oficio, y eso le preocupa. “El crédito y los méritos se los llevan los comerciantes”, dice, aludiendo a quienes se hacen pasar por artesanos.

La realidad, confiesa, es que sus mejores trabajos siempre han sido para clientes del extranjero. “Aquí no pagan lo que es”, afirma. De ahí la urgencia de crear una asociación: encontrar formas de revalorar su trabajo y darle una vitrina.

Los flamantes ganadores del premio Patronato Plata del Perú 2025. Grerio Palomino (izquierda) y Víctor Palomino (derecha). Foto: José Palomino.

El arte de su historia

Grerio llegó a Lima con las carencias de la mayoría de provincianos. Después de estudiar Diseño Gráfico en Arequipa y buscar oportunidades, consiguió trabajo en un taller de la capital. Entonces alquiló un cuarto en San Juan de Lurigancho donde no tenía absolutamente nada. “Usaba mi mochila como almohada. Tendía la ropa en el piso y me tapaba con una toalla”, cuenta entre risas. Han pasado más de 20 años desde entonces, y hoy ha construido una carrera respetable.

Tiene tres hijos. La mayor, de 17 años, estudia Ingeniería Ambiental. Cuando conversa con nosotros muestra su lado más íntimo: admite que no es un padre muy cariñoso, aunque sus hijos son su motor, su razón de ser. Tal vez esa distancia provenga de su propia historia. No tiene recuerdos de su madre, que falleció cuando él era apenas un infante. Fue criado por su padre hasta los ocho años, antes de irse a vivir con su hermano.

Aun así, su refugio siempre ha sido la artesanía. Desde pequeño encontró en ella una forma de expresarse. Sin embargo, no se considera un artista por ser autodidacta. Según su visión, para serlo hay que formarse en una escuela de Bellas Artes. “Ellos estudian, por ejemplo, las proporciones corporales, las perspectivas. Lo que aprendí de Diseño Gráfico me sirvió, pero soy más un artesano que un artista”, asegura.

Momento de quiebre

La suya no solo es una historia de éxito, sino también de redención. Durante años fue seducido por la vida del artista —a pesar de negar serlo—: las salidas, los amigos, la bebida. Ese desorden comenzó a afectar su vida personal y profesional. Cuando habla de su pareja, no se explica por qué, pese a sus errores, ella no lo abandonó. “Me ha tenido mucha paciencia”, admite.

Hasta que una noche, hace un poco más de 6 años, una sola frase lo golpeó más que cualquier crítica. Grerio recuerda a Hermes Bravo, dueño de la joyería Mis Joyas en Chile, para quien trabajó en varias ocasiones. “Había quedado en hacer una entrega con él — en un hotel de Lima—, a las dos de la tarde. Llegué a las nueve de la noche”, relata.

El empresario lo esperó, pacientemente. “Cuando llegué, lo que me dijo fue muy duro: ‘Tú no vales nada. Tu palabra no vale nada’.”

Pagó el trabajo, a pesar de su molestia, y se fue.

Aquel episodio fue un golpe de realidad. Grerio comprendió lo que estaba fallando y decidió mejorar. Desde entonces, su empeño se ha forjado con la misma disciplina con la que trabaja el metal. Hoy es uno de los orfebres más reconocidos del país, y su nombre brilla tanto como los metales preciosos de sus piezas.

El objetivo

Mientras finaliza su conversación con nosotros explica que su meta es preservar el arte de los antiguos maestros de la orfebrería de nuestro país. “En el SENATI te enseñan incluso con tecnología, pero creo que los chicos también deben aprender las técnicas tradicionales: soldando y quemándose las pestañas”, dice con convicción.

Grerio Palomino sabe que el fuego no solo moldea la plata: también ha templado su carácter. Por eso insiste en que su oficio no desaparezca. “Los artesanos y orfebres del Perú tienen una técnica bastante fina, es una de las mejores del mundo”, asegura.
Más que reconocimiento, busca asegurar que el brillo de la orfebrería peruana no se apague con su generación.