Por Jorge Luis Quispe Huamaní
Inmigración, poder, violencia y sexo se entremezclan en la adaptación de Paul Anderson que puede muy bien ser la mejor película de este año que ya se acaba.
Tuve ocasión de ver “Una batalla tras otra”, un estimulante, grotesco y lúcido fresco en clave de épica comparsa donde el límite entre poder y violencia se confunde con las urgencias del presente proyectando siempre la promesa del futuro. Aunque las consignas de la película abriguen conceptos subversivos el filme al final, es una película de amor. A la luz de la novela Vineland (1990) de Thomas Pynchon, el director Paul Anderson logra escudriñar los fenómenos del presente con inteligencia, humor e indignación trastocando el primigenio material literario hasta ofrecer su propia creación.
La película es un relato donde el espectador acompaña a Bob Ferguson – interpretado por un desopilante Leonardo Di Caprio – en su devenir desde impetuoso revolucionario a incansable y amoroso padre. Su pasado subversivo lo persigue hasta orillarlo a la clandestinidad desde la cual debe luchar por su hija perdida. Dieciséis años antes, las crecientes tensiones raciales explotaron en una ola de xenofobia que llevó a la política de centros de detención de migrantes en las que aglomeraban a cientos de familias, madres, padres y niños impedidos de integrarse a la sociedad, reducidos a pequeños espacios controlados por instalaciones las cuales a no ser por su nombre eufemístico, no son otra cosa que cárceles itinerantes para latinos y afroamericanos indocumentados. En ese clima asfixiante aparece el grupo revolucionario de “Los Franceses 75” al cual pertenece Bob y su explosiva, furibunda y apasionada novia Perfidia Beverly Hills – en la piel de Teyana Taylor – para quien la represión que el poder ejerce solo tiene una opción: la violencia revolucionaria.
Al inicio Bob y Perfidia están poseídos por una euforia adrenalínica ya que han logrado ejecutar con éxito un golpe a un centro de detención de inmigrantes en la frontera con México. Y así liberar a decenas de familias cautivas. Sin embargo, aunque aún no lo saben ese día cambiará el resto de sus vidas. Para concretar su plan Perfidia ha conseguido reducir a Steven J. Lockjaw – interpretado por un irrepetible Sean Penn – y ese acontecimiento permite la sucesión de hechos que dan forma y fondo a la entrega. Perfidia se place en humillar a Jacklow pero no lo mata, lo deja con vida. “Los Franceses 75”, motivados por el éxito de su primera irrupción, son detenidos cuando precisamente Jacklow frustra su próximo atentado. Perfidia es arrestada, sin embargo, logra escapar, para esto, la idea de revolución se torna obsesiva y no vacila en abandonar a Bob y a su pequeña bebé para vivir una vida fugitiva: delirante y cruel. A partir de este punto Bob se envuelve en una espiral nebulosa marcada por el consumo de marihuana. Aunque no la deja por completo, es el amor y la responsabilidad por su hija la que lo redimen haciendo de él un atento padre amoroso, claro que para su conversión, se ha exigido una reducción significativa de su brío revolucionario.
Dieciséis años han transcurrido. Nuestro protagonista y su hija adolescente Willa – una nobel Chase Infiniti – viven en un poblado favorable a los migrantes, dejando atrás su pasado y su consigna insurgentes. Sin embargo, este regresa a Bob como una ráfaga violenta y salvaje. Jacklowha emprendido una carrera desbocada por encontrar a su hija y destruir esa ciudad mitad americana mitad latina. Y aquí quisiera detenerme un segundo. El frenético militar está ahora respaldado por una secta de supremacistas blancos atildada “El Club de los Aventureros Navideños”. Durante el interrogatorio que le hacen a Jacklow para su ingreso le preguntan entre muchas otras cosas si tiene cercanía, ascendencia o familiaridad con negros o judíos, si es americano de nacimiento y no judío y qué tan lejos está dispuesto a llegar por mantener su membresía. Los mismos extremistas reconocen que no son más inteligentes, ni listo ni sabios que los demás pero que son superiores, así, sin más solo por el hecho de serlo. La hilaridad se produce por su innegable corroboración con los hechos de la realidad.
Esta nueva persecución genera la separación de Bob y Willa en el marco de la notable actuación de Benicio de Toro quien interpreta a Sergio San Carlos, un sensei que opera un tren subterráneo para migrantes. Anderson se compromete con su circunstancia y retrata a Estados Unidos en sus extremos polarizados, antagónicos y al parecer irreconciliables. En este escenario, se forja un elogio a la paternidad y a la lucha por la libertad de cuerpos, decisiones y fronteras, libre sobre de miedo.