Patrick Mogrovejo tiene once años y una rutina más estricta que la de muchos adultos. El consejo que les da a sus contemporáneos al finalizar nuestra entrevista es el siguiente: «No sean flojos».

Patrick despierta con el saludo de sus padres, desayuna quinua y kiwicha, y estudia en el San Vicente de Paúl de Mollendo. Su vida parece milimétricamente organizada, pero Patrick también juega “infectados” en el recreo, toca trompeta en la banda de su colegio y espera con nervios su baile de promoción. No ha dejado de ser niño. Es un deportista de élite, que también tiene pasión por la música. “Es que me gusta la trompeta, cuando suena bien una canción hasta lloro”, confiesa con esa naturalidad artística que se complementa con la sensibilidad de un niño de su edad.

Todo Mollendo lo conoce como «Kroketa». Así lo llama la gente en la calle, así lo animan en sus competencias. Su padre nos cuenta que el apodo es incidental. Patrick participaba de una puesta en escena en el colegio y debía bautizar por su propia cuenta a su personaje. Una compañera tuvo la iniciativa de llamarlo «Dr. Croqueta» y a todos se les quedó grabado. Ese apodo perdura hasta la fecha.

Nuestro «Dr. Kroketa», perdón, Patrick, en apariencia es un niño normal, pero también es campeón nacional de duatlón, subcampeón nacional de acuatlón y ahora representará al Perú en el Mundial de Triatlón Infantil en Viña del Mar, en Chile, el 1 de noviembre.

«Kroketa» y su pasión: hacer música con la trompeta. Foto: Patrick Mogrovejo.

La disciplina es la clave

Su camino no ha sido fácil. Según su padre, no hay clubes de Triatlón federados en Arequipa ni en Mollendo, así que tuvieron que buscar en Lima una institución que lo inscribiera para participar oficialmente en competencias de carácter nacional.

Al principio lo rechazaron: no lo conocían, no tenían referencias. Fue recién después de mostrar videos, fotos y medallas, y también pedir favor a algunos contactos, que el club Aqua Extreme lo acogió. “Yo no tuve esa suerte —nos dice su padre, quien también se llama Patrick, y es ex deportista—. Lo que logré en el deporte lo hice solo. Por eso le digo a Patrick que aproveche, que viva esto, porque nosotros no somos eternos”.

Patrick ya acumula 129 medallas. Cuenta y recuenta cada una, como si fueran tesoros. Pero más allá de los trofeos, lo que ha ganado es carácter. “Me pongo nervioso, pero me controlo”, admite. Odia perder. Sin embargo, también, su padre le enseña a procesar la derrota con solo una condición: “Entrenamos para ganar, pero si queda último y dio todo su esfuerzo, no pasa nada”.

El kit de competencia de Patrick para los tres deportes: ciclismo, natación y atletismo.

El triatlón no es un juego de niños. La disciplina combina natación, ciclismo y atletismo, y los detalles marcan la diferencia. Su padre nos explica que funciona como los ‘pits’ en la Fórmula 1, algunas transiciones técnicas pueden ser cruciales para ganar o perder una carrera. Patrick lo sabe: perdió un campeonato nacional por demorarse más de un minuto en calzarse las zapatillas; ganó otro pese a recibir sanciones por quitarse el casco en una zona prohibida, gracias a la ventaja en ciclismo que sacó a sus competidores previamente. Su progenitor nos cuenta que parte de su entrenamiento consiste en ganar velocidad en actividades aparentemente sencillas como, reiteramos, ponerse las zapatillas.

Dificultades

Patrick mostrando sus medallas en un video en redes sociales. Foto: Captura.

La vida deportiva es cara: cada viaje a Lima para competir cuesta unos dos mil soles, siendo amables con el presupuesto. No hay apoyo estatal, no hay descentralización del deporte. Son los vecinos, los amigos y la gente común de Mollendo quienes lo apoyan. Y ahí está la paradoja: Patrick es un niño que entrena con disciplina de élite, pero que depende de actividades y yapeos para ser campeón.

Nuestro protagonista, sin embargo, no se complica con estos problemas. Cuando le preguntamos cómo enfrenta la presión de ir a un Mundial, responde con la contundencia de quien está totalmente enfocado:
—Estoy motivado. Quiero ir, pero a ganar.

El 1 de noviembre, en Viña del Mar, se sabrá si ese sueño se cumple. Mientras tanto, Patrick sigue su rutina: colegio, entrenamientos, trompeta, fútbol de vez en cuando, tareas, juegos, y a dormir. La vida de un niño normal que, sin saberlo, carga ya con la responsabilidad de representar a su país.

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