El discurso del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en la 80ª Asamblea General de las Naciones Unidas no comenzó en silencio. Apenas subió al estrado, decenas de delegados se levantaron de sus asientos, lo abuchearon y abandonaron la sala. La protesta coincidió con los reclamos internacionales por la ofensiva militar en Gaza y con el reconocimiento del Estado palestino por parte de varios países, entre ellos Reino Unido, Francia y Canadá.

Mientras tanto, en el recinto se escuchaba insistentemente por los parlantes: “Por favor, orden en la sala”. Sin embargo, las imágenes mostraron dos escenas en paralelo: un salón con butacas vacías y, al mismo tiempo, un grupo de asistentes que aplaudía y vitoreaba al primer ministro israelí.

Afuera, en Nueva York, las manifestaciones contra la guerra se multiplicaron. En Times Square, colectivos con banderas palestinas exigían el cese de los ataques y la apertura de corredores humanitarios.

Netanyahu no esquivó las críticas. Desde el estrado calificó el reconocimiento del Estado palestino como un “suicidio nacional” para Israel y una “vergüenza” que, en sus palabras, transmite la idea de que “asesinar judíos tiene recompensa”. Asimismo, rechazó las acusaciones de genocidio y matizó los informes de organismos internacionales que responsabilizan a su gobierno por la crisis humanitaria en Gaza. Según él, la escasez de alimentos en la franja se debe al control de Hamás, no a la estrategia militar israelí.

El primer ministro desplegó gráficos y mapas para insistir en la amenaza de lo que denominó “el eje del terror” liderado por Irán. Enumeró a los líderes de Hamás, Hezbolá y a científicos iraníes que, aseguró, Israel ha eliminado en el último año. Con un tono desafiante, advirtió: “Depongan las armas o Israel los perseguirá”.

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