Por Romario Huamaní
Zacarías Ocsa Ocsa tiene 66 años y es natural de Canocota, un centro poblado de Chivay, en la provincia de Caylloma. Oficialmente es guía de turismo, pero desde hace 37 años ha forjado una segunda identidad: líder del voluntariado Yanapanakusun Perú: Voluntariado de Ayuda Humanitaria.
Junto a cinco compañeros —Antonia Arana, Edgar Choque, Jimmy Ramos, Lucía González y Celso Vega— sostiene un proyecto que no cuenta con fondos oficiales ni grandes auspicios, pero sí con una fuerza mucho más poderosa: la convicción de servir.
La promesa en un velorio

El 27 de julio del año 2025, Zacarías y su equipo recibieron una noticia que los conmovió profundamente: nueve niños quedaron huérfanos tras la muerte de su madre en Chivay, víctima de lo que en la comunidad llamaron una “recaída” por un mal parto.
Durante el velorio, entre lágrimas y silencios, los voluntarios se comprometieron a construir una casa para los pequeños. Antes vivían hacinados en un cuarto diminuto con una sola cama. Semanas después, cumplieron la promesa: los niños tienen ahora un hogar más digno “La casa de los Angelitos”.
Antes de la pandemia, el voluntariado estaba conformado por 12 personas. Hoy son solo seis. Algunos sin trabajo fijo, todos con más deudas que certezas. Sin embargo, la llama sigue encendida.
“Muchas veces nadie nos apoya, tenemos que correr con los gastos nosotros mismos. Pero lo hacemos porque creemos que es necesario”, confiesa Zacarías.
La lección de su madre
El origen de su vocación se remonta a un gesto sencillo pero trascendental. Cuando tenía siete años, Zacarias caminaba junto a su madre, doña María, y sus dos hermanas hacia la chacra. Encontró en el suelo unas habas tostadas y, antes de llevarlas a la boca, su madre las recogió, las trituró con una piedra y las repartió entre los presentes.
“Ese día entendí que hasta una migaja de pan debe compartirse con los demás”, recuerda. Esa enseñanza marcó su vida y, de algún modo, explica los años de voluntariado.
Combinar el trabajo con la ayuda social no es fácil. Pero Zacarías lo asumió como un deber. Cuando su madre falleció, le dejó las palabras que aún lo guían: “Estás haciendo las cosas bien hijo”.
Con sus hijos también ha inculcado ese espíritu solidario. En cada Navidad, recorren los pueblos más pobres de Chivay llevando un plato de comida, una frazada o un juguete. “El apoyo social no es solo dar, también es aprender a ser agradecido”, dice.
Pobreza extrema

Las campañas radiales, las tómbolas y las recolectas comunales son el motor económico de este voluntariado. Con ellas han logrado aliviar la vida de decenas de familias vulnerables.
Según Zacarías, en Chivay existen más de 55 familias en extrema pobreza. “No siempre podemos llegar a todas, pero tratamos de estar presentes donde más se necesita”, asegura.
Zacarías no piensa en detenerse. En su voz no hay queja, sino una fe tranquila: la convicción de que basta con ser agradecido, de que ayudar al otro dignifica. Su vida es un testimonio de que la solidaridad no se mide en cifras, sino en gestos. Y que incluso las migajas, cuando se comparten, pueden alimentar la esperanza de una comunidad entera. Cualquier ayuda pueden brindarla a travéz del correo: yanapanakusuncolca2020@gmail.com, o el teléfono de Zacarias Ocsa: 931904748