Por Jorge Luis Quispe Huamaní
Relectura de una novela formidablemente jovial y al mismo tiempo, una sátira encantadora del periodismo conservador.
Con “Los últimos días de La Prensa”, Bayly escribió una crónica impecable sobre el ocaso de un diario conservador de los años ochenta. Es una de las escasas novelas en clave satírica y mordaz que grafican con humor la decadencia de aquellos años. Si un libro da siempre de un hombre una imagen más exacta y más verídica que cualquier otro documento, esta novela lleva la marca de su autor en cada palabra.
En el verano del 81, la abuela de nuestro protagonista, cautivada por su espíritu lector, le consigue un empleo en el diario conservador La Prensa. Trinchera desde donde el director defendía la propiedad privada y la depreciación de la presencia del Estado. Eran los tiempos de Belaúnde (Correa. en el libro) y los diarios habían sido devueltos a sus dueños. El caos de los ambulantes, lustrabotas, cambistas, ladronzuelos y policías del jirón de La Unión se traducía en el crujir del piso de madera de un viejo y añoso edificio donde se ubicaba el diario.
Diego Balbi, Balbicito, un adolescente de 15 años, ingresa con mucha ilusión a La Prensa para convertirse en un notable y descollante periodista con el poder de tumbarse a un ministro con un par de columnas bien puestas. Sin embargo, a medida que transcurre su verano y con cada acontecimiento surreal, advierte que los periodistas de aquel diario no son como su abuela creía, y tal vez él también, estrictos paladines de la libertad de expresión y minuciosos reporteros incapaces de corromperse. Descubre con miedo, diversión y alegría que sus compañeros, lejos de ser adalides imparciales de la verdad, podían ser muy capaces de procacidades insanas, débiles a la violencia y a los vicios conocidos y por conocer también. Y sobre todo con briosa predisposición a los placeres de la carne.

Mientras Balbicito se adentra poco a poco en las entrañas del periodismo asiste al mismo tiempo a la degeneración de una sociedad donde le resultan repulsivos los mínimos detalles, como viajar en transporte público o comer en chinganas decadentes. Ese caos, lo repele y lo estimula; gran paradoja. En ese ambiente, nuestro protagonista aprende, crece, se educa, recibe influencia para desenvolverse en lo concerniente a mujeres y el sexo, un componente cautivadoramente sustancial en la novela.
No leemos a Bayly desde ninguna disciplina académica, lo leemos desde ese borde donde el lenguaje se despliega como un universo profundamente emotivo. Es ese devenir donde la novela ofrece su riqueza y su atractivo. Así, el relato se abre y en cada página aguarda el proyecto de un nuevo lector. A menudo que avanza la lectura, quien se sumerja en ella advertirá que ciertas experiencias parece que incluso pedirían expresarse solo en prosa, en diálogos incandescentes y certeros. Cuando se piensa en el periodismo peruano, en la crisis de los medios tradicionales o en la relación entre política y periodismo, este libro ostenta una participación excepcional. Experto en el saqueo biográfico y en el escándalo generado por la valentía de la publicación, Bayly ha cultivado en la sátira la crudeza de la realidad nacional. Se ha dicho que no es prudente medir la calidad de una obra por el alcance de su éxito, empero, con esta novela, el autor mandó al silencio a sus más conspicuos críticos. Un logro excepcional en el mundo literario peruano.
“Los últimos días de La Prensa”, es sin proponérselo, un nostálgico y acaso, delicado homenaje al periodismo, a las salas de prensa, a la prensa tradicional que las nuevas generaciones podrán conocer abordando esta novela. Y lo que enriquece a este torbellino de observaciones y pensamientos es el deseo y la nostalgia del protagonista. Esta desopilante novela cumple 30 años este 2026 y el hecho de que la hayan reeditado no hace sino reivindicar su actualidad. Su atractivo y vigencia solo han crecido con los años. Este libro revelador, rico en pormenores y detalles tormentosos y deleitosos llevan al lector a cavilaciones que alimentan la imaginación y estimulan la consciencia histórica.