Olimpo: el templo del esfuerzo en Yura

Por Romario Huamaní

En el distrito de Yura, a la altura del paradero Apiaar, se levanta un gimnasio que ha sobrevivido al tiempo, a la pandemia y a la competencia. Se llama Olimpo, y su historia está ligada a la disciplina y a la voluntad férrea de un hombre que decidió dedicar su vida a mejorar la salud de los demás: Edilberto Macedo Vásquez, más conocido por todos como Beto.

A sus 50 años, don Beto celebra quince años de mantener vivo un proyecto que nació como un sueño personal y terminó convirtiéndose en un punto de encuentro para decenas de vecinos que buscan transformar sus vidas a través del ejercicio.

De la Marina al gimnasio

Beto Macedo sirvió al país en la Marina de Guerra del Perú y desde 2018 abrió su gimnasio.

La historia de Beto comienza en la Marina de Guerra del Perú, donde pasó veinticinco años de su vida como técnico. Fue allí donde aprendió disciplina, resistencia y sobre todo la importancia del entrenamiento físico y mental. A los 17 años viajó a Lima para formarse en la CITEN, la escuela técnica de la Marina, pero sus primeros recuerdos de fierros se remontan a los 16 años, cuando entrenaba en el mítico gimnasio comunitario “Los Dementones”, en el parque Romaña de Arequipa.

“Quien haya sido fierrero viejo recuerda a los Dementones”, dice con una sonrisa. Ese espíritu comunitario y solidario marcó su visión de lo que más tarde sería Olimpo.

En 2018, después de darse de baja de la marina, regresó a Arequipa junto a su familia. Fue entonces cuando el proyecto tomó forma definitiva. Primero se instaló en Ciudad Municipal, frente a la comisaría, pero en enero del año pasado decidió trasladarse al paradero Apiaar, en un local más amplio.

El golpe de la pandemia y la reinvención

Cuando la pandemia paralizó el mundo, muchos gimnasios cerraron sus puertas sin retorno. Olimpo, sin embargo, resistió. La creatividad de Beto fue clave: importó pesas desde Lima y empezó a entregarlas a domicilio por todo Arequipa, para que sus clientes no perdieran la rutina. Incluso implementó un sistema ingenioso a finales de la cuarentena: cerraba el gimnasio y entregaba la llave a quienes querían entrenar de forma segura y aislada.

“Resistimos porque no quise dejar morir mi sueño. Olimpo es más que máquinas: es un servicio, una comunidad”, afirma Beto.

Un gimnasio distinto en el Cono Norte

En la pandemia del Covid.19, Beto creó un sistema para que los jovenes sigan haciendo ejercicio.

Beto asegura que Olimpo nació para cubrir una necesidad. “Los gimnasios que conocía en Ciudad Municipal eran poco higiénicos, con pocas máquinas y sin entrenadores. Vi en esa deficiencia una oportunidad: demostrar que en el Cono Norte también puede haber un buen gimnasio”, cuenta.

A diferencia de muchos administradores, él se considera el primer cliente de su propio gimnasio. Entrena cada día desde las 5:10 de la mañana, revisa las máquinas, atiende a la gente y comparte consejos de nutrición. Su filosofía es clara: enseñar antes que vender ilusiones. Por eso, en las paredes de Olimpo no hay fotos de culturistas gigantescos ni promesas rápidas.

El entrenamiento como proceso

Los programas de Olimpo comienzan siempre con un acondicionamiento. “Aquí no creemos en el engaño de trabajar solo abdomen, piernas o glúteos. Todo debe ir con constancia y progreso”, explica. Cada plan se diseña según las necesidades del cliente: horas de sueño, alimentación y estilo de vida.

En promedio, unas 120 personas pasan cada día por el local y alrededor de 80 están inscritos formalmente. Los precios varían: desde S/90 por el plan básico hasta S/120 por el acceso completo a máquinas, trotadora y entrenamiento. “Nadie cambia su cuerpo en un mes. Los resultados reales se ven a partir del tercer mes, y lo más importante ocurre dentro: más fuerza, más energía, más dopamina”, insiste.

Disciplina y primeros auxilios

El pasado marino de Beto también le da una ventaja particular: domina los primeros auxilios. “En un paro cardíaco lo vital es dar 30 masajes y una respiración. Eso puede salvar una vida hasta que llegue la ambulancia”, comenta con seriedad.

Lo que más le sorprende es la cantidad creciente de jóvenes que llegan al gimnasio con problemas cardíacos. “Es preocupante, pero confirma que lo que hacemos aquí es necesario: promover la salud, no solo la estética”.

Montañas y fierros

Muchas de las máquinas de su gimnasio fueron diseñadas por Beto para mejorar el entrenamiento.

El deporte no termina en el gimnasio. Beto también es montañista. Ha conquistado el Misti, el Chachani, el Coropuna y el Solimana. Su primera experiencia fue en 1991, con apenas 15 años, en una competencia organizada por Radio Televisión Continental. Tardó cinco horas y veintiocho minutos en llegar al Nido de Águilas del Misti.

Además, tiene otra pasión: la soldadura. Muchas de las máquinas de Olimpo llevan su sello personal, fruto de su destreza con el metal. “Soldar es un arte, pero también te cobra factura en los pulmones”, reconoce.

La familia de Beto también comparte su estilo de vida. Su esposa e hijos entrenan y lo apoyan en la gestión del gimnasio. Está convencido de que el ejemplo es clave: “Si los padres hacen deporte, los hijos lo imitan. Y ese hábito termina cambiando toda la dinámica familiar”.

La visión de Olimpo

Para Don Beto, Olimpo es más que un gimnasio: es una herramienta de transformación social. “El deporte aleja a los jóvenes del pandillaje, el alcohol y la droga. Una persona que hace deporte ve el mundo distinto. Ese es mi aporte a la comunidad”, reflexiona.

Su visión es clara: que cuando alguien piense en deporte en Yura, piense en Olimpo. Y aunque aún queda mucho camino por recorrer, está seguro de que el esfuerzo y la constancia —los mismos valores que lo guiaron en la Marina— seguirán sosteniendo su templo de fierros.

“Este trabajo es una inversión en salud. Cuando uno ve a la gente sudar y esforzarse, eso se contagia. Y al final, lo más valioso es motivar a los demás a ser mejores cada día”.