Por Jorge Luis Quispe Huamaní
La Escena Contemporánea es, junto a Los Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana y la revista El Amauta, uno de los paradigmas del pensamiento peruano del siglo XX. Mariátegui representa en este libro el espíritu revolucionario proletario que ebullía en la Europa de inicios del siglo pasado y al mismo tiempo expone una irrefutable crítica vanguardista de la sociedad y la burguesía industrial.
Al concluir este conjunto de artículos y ensayos, el lector constata dos verdades: Mariátegui fue primero un periodista. Un periodista que vivía su circunstancia y la circunstancia de aquella época era la Europa de posguerra en cuyas cenizas se gestaban los nacionalismos devenidos en fascismo y revoluciones sindicales. En segundo término tenemos a un profeta, la irrupción de las multitudes exigiendo sus derechos a una clase dominante insensible y reaccionaria le revelaron los peligros que se cernían como un advenimiento apocalíptico que estamos viviendo estos días.
En la primera parte Mariátegui se ocupa de escudriñar el fascismo y encuentra o advierte que este movimiento halla su germen en un ambiente agitado, violento, de matices profundamente populistas, donde el delirio producido por el caos alimenta las causas antidemocráticas. Mariátegui observa en Mussolini a un tipo verboso, locuaz, charlatanesco, sin embargo, dispuesto a hervir a las masas con discursos panfletarios contra la democracia. Sin ideas, sin programas, sin sustancia ideológica, logró que un pueblo atormentado se adhiera a su movimiento desprovisto de intelecto. Mariátegui anota que los fascistas se atribuían la representación exclusiva de la italianidad, un rasgo curioso en este mes que acaba hoy. Uno de los puntos fuertes del autor es subrayar la indigente conciencia democrática de muchos, aquellos dispuestos a seguir a “líderes fuertes” hasta el abismo.
Entre el conjunto de artículos como cuerpo orgánico y lo que entendemos, media la interpretación. Así en otro conjunto amplio de sus ensayos, el autor se ocupa de la crisis de la democracia ya en ese tiempo flanqueada por las revoluciones reivindicativas de los derechos civiles y por la reacción que se oponía a este desarrollo. Mariátegui afirma el feroz renacer de la violencia y del culto al héroe. En aquella Europa se entiende al pueblo como una esencia homogénea e independiente del individuo. Los caudillos reaccionarios omiten con premeditación la diversidad y contradicciones de las sociedades porque deseaban, al manipular los conceptos como nación, patria, orden, controlar a las masas, desembocando lo que más tarde serían los totalitarismos.
Al ocuparse de Trotski en este libro, Mariátegui extrae de él su posición crítica de la revolución para la filosofía y el arte. A pesar de que para aquel la cultura significaba el más alto valor y vitalidad de una época, en la Rusia posrevolucionaria, el amauta admira que ésta se haya dado con total respeto por las expresiones del arte ruso. Así, las diferencias al interior del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso no implicaron la destrucción de su producción artística. Como consecuencia, personajes como Anatoli Lunacharski pudieron desde los escombros cultivar hombres para el porvenir a través de una reforma educativa admirada por sus pares europeos y asiáticos.
Gravitan en las páginas de este conjunto una dura crítica a los socialismos del viejo continente. Mariátegui explica la Inglaterra profundamente democrática y electoral donde no hay espacio para una revolución al mismo tiempo que detalla las diferencias insalvables de la izquierda francesa, la cual halló en Georges Sorel un líder quien acaso pudo abrigar sus posturas. El volumen tiene el acento del derrotero revolucionario de su espíritu. El escenario de Europa atizó la mirada periodística y el fuego revolucionario del autor. Para Mariátegui, la inteligencia debía representar a través de la literatura y el arte la nueva sociedad marcada por la conquista de las ideas, de la belleza, del arte y del pensamiento. La revolución era para el Amauta no solo ética, sino también estética.
El volumen del Fondo de Cultura Económica cumple con un doble cometido, ofrecernos una edición conmemorativa en una serie popular y que sea asequible a la crisis actual. Le corresponde ahora al lector aceptar el reto de introducirse en sus páginas. De pocos intelectuales latinoamericanos puede decirse como de Mariátegui que su aparición en la vida cultural implicó su postulación como un clásico: un cronista de la revolución.