Los nudos cuánticos del Quipu: Las hadas madrinas no tienen buen plan de jubilación

Historias al atardecer Por Sarko Medina Hinojosa

«Toc toc»

—¿Quién es? —pregunta la niña.

Detrás de la puerta aparece su Hada Madrina.

—Te he estado esperando desde siempre.

—Sí, pequeña niña, lo sé —le contestó la alada señora, algo pasada de peso y con el rostro cansado y un vestido que se presume tuvo tiempos mejores.

—Ahora estoy aquí porque blablabla, ya sabes el resto. Espero que me hagas caso —siguió diciendo—. Tienes que entender algo antes de pedirme tu deseo: No debes anhelar algo de lo que después puedas arrepentirte, no debes pedir algo que sabes causará dolor a otros y no debes pedir nada que atente contra ti misma. Obviamente sí puedes pedir cualquier cosa dentro de lo materialmente posible según las leyes de este universo. Para que me entiendas: no puedes pedirme un elefante con pies de hormiga porque se muere en el acto. Te advierto esto según el manual y, dicho esto, me voy a tomar cinco minutos de descanso establecido por el sindicato antes de que me des tu respuesta.

La niña miró largamente cómo el hada se acomodaba trabajosamente en la única silla que había en la habitación, justamente la de su escritorio. La encontró algo distinta a su imagen de lo que deberían ser esos seres mágicos que poblaban sus libros de cuentos, justamente, de hadas. Antes de criticar sus zapatos gastados, su vestido sin forma y ajado, su aspecto tan decaído —más ahora que estaba durmiéndose y una gruesa gota de saliva empezaba a bajar de sus labios— pensó en lo que le dijo.

Ella siempre quiso desear partir hacia lugares muy lejanos y correr aventuras, pero eso podía hacerlo sin necesidad de un deseo. Además, no estaba en la edad de andar sola por allí; primero quería estudiar algo interesante.

También había pensado en pedir uno de esos que llaman «príncipe azul», o lo que sea que fuera lo que su hermana pedía cada noche a las estrellas. Pero recordó a los jóvenes que frecuentaban a su joven tía, hermana de su mamá. Eran galantes pero pasajeros, eran guapos pero creídos, eran educados pero cuando comían las tortas que preparaba su mamá daban miedo. Aparte de no ser ordenados, dejaban las cosas por aquí y allá y eran desconsiderados cuando ya pasaba algún tiempo de salir con su pariente. Al final desaparecían como vinieron, lo cual hablaba mucho de la falta de compromiso.

Igualmente pensó en algo mágico. De repente que le salieran alas, o que tuviera dos estómagos —por lo de comerse más tortas de mamá y que no la dejaran sin parte siempre—, por lo menos tener menos pecas o más altura… pero finalmente ya se había examinado antes y se gustaba mucho como era. No quería cambiar eso.

Finalmente pasaron los cinco minutos.

El hada se despertó con un ronquido y le preguntó:

—Muy bien pequeña, dime tu deseo. Aún tengo que cumplir mi cuota de esta noche y no sabes lo difícil que es moverse con estas alas tan débiles. Deberían cambiarnos por unas más recias, así como la de los ángeles de la guardia, o como las de las gárgolas. Esas sí que son alas. Bueno, perdón, dime cuál será tu deseo.

La niña supo qué iba a responder:

—Quiero un helado Banana Split con 25 bolas de sabores diferentes y chispas de chocolate blanco y un cucurucho de galleta e-n-o-r-m-e.

—¡¡¿¿Qué solo eso??!! ¿Pero por qué no pediste algo más? No sé, veinte deseos más, eso es lo primero que piden. O mucho dinero, viajar, el amor, no sé. Muchas piden eso y otras cosas.

—¿Y les dura?

El hada meditó su respuesta:

—Pues… no, la verdad. Ahora que lo pienso, no les dura. Siempre me piden cosas así y cuando vuelvo a verlas de grandes, el príncipe se volvió un sapo, el dinero se les acabó, los viajes no les dejaron recuerdos, la belleza se pasó, la casa se derrumbó…

—Sí, eso pensé. Por eso pedí un rico helado, y te estás demorando en dármelo.

El hada sonrió a través del maquillaje corrido. Agitó su varita mágica e hizo aparecer el más rico helado de este mundo.

La niña le dijo:

—Ven, haz aparecer dos cucharas y lo comemos juntas, que está muy grande para mí solita. Luego ya terminas tu trabajo.

El hada hizo aparecer dos cucharas y se quedó a disfrutar del helado junto a esa niña pecosa.

Fin