En un mensaje directo y sin rodeos, el cardenal Carlos Castillo usó su homilía por Fiestas Patrias para hacer un llamado a la conciencia de los líderes del país. Frente a la presidenta Dina Boluarte y otras autoridades, denunció la pérdida de vocación de servicio en la dirigencia peruana. Y advirtió que la anarquía no nace del pueblo, sino de quienes traicionan su responsabilidad. Con un tono firme, cuestionó el alejamiento de las autoridades respecto de las verdaderas necesidades de la ciudadanía.
Desde el altar de la Catedral de Lima, el cardenal Carlos Castillo volvió a demostrar que no teme incomodar cuando se trata de defender los principios democráticos. Citando a Francisco Javier de Luna Pizarro, resaltó que un gobierno fuerte puede ser un remedio temporal ante el caos. Pero que solo la justicia social, la autodeterminación y la integridad institucional pueden garantizar un país con futuro. “El respeto a la gestión democrática es clave para una patria digna”, subrayó ante la mirada atenta de la jefa de Estado.
El cardenal fue más allá y sostuvo que ninguna Constitución garantiza la felicidad si quienes la aplican están corrompidos. Con énfasis, sostuvo que “las mejores formas de gobierno se corrompen con seres envilecidos”. Su mirada no solo apuntó al poder político, sino también al religioso. “Hagamos una crítica todos, incluso la dirigencia eclesial”, pidió, señalando que gran parte de la dirigencia vive de espaldas al pueblo y presa de intereses egoístas. La indiferencia —dijo— se ha vuelto una peste mundial que también infecta al Perú.
En un giro hacia la defensa de la protesta social, Castillo rechazó que los reclamos del pueblo sean vistos como sedición. “Gracias a Dios que nuestro pueblo no calla”, exclamó, defendiendo su derecho a alzar la voz frente a la injusticia. En su visión, el verdadero problema no está en quienes marchan o exigen, sino en quienes, desde cargos de poder, se niegan a escucharlos. “La anarquía no es resultado de los reclamos del pueblo, sino de la falta de justicia en quienes gobiernan”, afirmó con fuerza.
Finalmente, hizo un llamado a la honestidad y a la ética como bases del liderazgo, advirtiendo que no se debe manipular el despertar ciudadano. Castillo instó a las autoridades a no olvidar sus raíces ni sus responsabilidades con los más vulnerables. Su homilía, cargada de símbolos y referencias históricas, se convirtió en una denuncia pública de la desconexión entre gobernantes y gobernados, dejando claro que la Iglesia no se mantendrá indiferente ante la injusticia.