Por Jorge Luis Quispe
El escritor arequipeño Orlando Mazeyra ha presentado su primera novela, o mejor aún, su primera antinovela. Los diálogos que componen sus breves capítulos le permiten al lector una lectura rápida y ágil. Se trata de una novela fragmentada. Inicia esta con el relato trágico de un grupo de jóvenes cuyos espíritus revoltosos, temerarios y enérgicos devienen en desgano y apatía producto de un macabro experimento. Le sigue un sabroso retrato irónico de cómo es el consabido y predecible tratamiento de un nuevo libro en el medio local al que esta reseña se inscribe orgullosamente. Esa clave sarcástica y mordaz añaden humor y atractivo verosímiles al volumen. Como añadidura, remata la publicación la crónica íntima de la pandemia del Covid-19. Breves novelitas que dan forma al Mar que nos espera.
Una costumbre, mitad ingenua, mitad romántica, se nos ha transferido de generación en generación: consumir bebidas alcohólicas en las multitudinarias y, por desgracia recientemente poco higiénicas, playas de Camaná. Ahora, a ese ingrediente añadámosle la irresponsabilidad de un grupo de adolescentes. El resultado no puede ser sino un desastre; sin embargo, un desastre nunca fue tan bien narrado como ahora. Se trata de una única época en la que todos somos rígidos por fuera y sensibles por dentro, la adolescencia.
El debut novelístico del escritor arequipeño Orlando Mazeyra, lejos de sorprender a quienes lo teníamos por cuentista, está cargado de misterio, miedo y desesperanza. Laten en ésta ecos de Vargas Llosa, Osvaldo Reynoso e incluso el emperador Marco Aurelio. En la novela seguimos a uno de los integrantes de la desdichada collera que viaja a la playa Las Cuevas de Camaná. En su recuento de aquella fatal noche de verano en que uno de sus amigos les dio a beber un brebaje perverso y mortal. A tal punto llega la conmoción del encuentro con el degolladito de las cuevas. Que el protagonista llega a ignorar si en verdad lo vio o estas perplejas alucinaciones son resultado de la malhadada poción. Confusión que se disipa con las continuas pérdidas que conducen al aislamiento y a la soledad.
No se me escapa el rol determinante de la figura del mar en la novela y no voy a ensayar aquí falaces metáforas del mar. Sin embargo, que el tenaz sobreviviente se niegue a volver a él explica en parte el miedo universal a enfrentar lo que nos reta. Ese pálpito certero y doliente que lacera el alma cuando estamos a punto de dar cara a aquello que tememos inminente.
Personalmente he encontrado bastante destacable el estoicismo de que se vale el personaje principal para enfrentar a sus propios fantasmas. “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia», dice.
Otro carácter digno de traer a colación es la creación del suspense. Ninguna descripción o comentario es superfluo, ya que todos confluyen para la sorpresa final. Así también el ejercicio literario de Mazeyra le ha permitido construir en su novela una atmósfera dinámica y envolvente. El relato logra despertar en los lectores un profundo sentimiento de nostalgia y curiosidad.
En Arequipa siempre comete sacrilegio quien difiere públicamente y por escrito de las esencias y clichés de moda propia de cada época. Mazeyra lleva años llevando la contraria, sin un ápice de miedo a verbalizar abiertamente las grietas del absolutismo bienpensante. Esta antinovela fragmentaria refresca y revela esa vocación.