“Por supuesto que es un éxito”, dijo Claudia Sheinbaum, pese a que solo una minoría acudió a votar. La elección de jueces y magistrados fue impulsada por López Obrador como parte de su reforma judicial. El bajo nivel de participación —menos del 13%— expuso el desinterés ciudadano. Aun así, el oficialismo celebró los resultados como una victoria, mientras las dudas sobre el impacto democrático se multiplican.
Varios votantes confesaron no saber por quién votaban. Elegir entre tantos magistrados resultó confuso. Analistas como Alonso Cárdenas señalan que solo el electorado afín a Morena acudió a las urnas. El voto no es obligatorio en México, y el aparato partidario oficialista se movilizó con eficacia. Para muchos, el proceso fue más una ratificación del poder que un ejercicio democrático legítimo.
El resultado consolida el dominio de Morena. Controla el Ejecutivo, el Congreso y ahora influirá en el Judicial. Cárdenas lo compara con el viejo PRI. Asegura que muchas figuras del partido actual vienen de esa escuela. La victoria de Sheinbaum, con más del 58% de votos y el control de 31 estados, dejó pocas dudas sobre su poder. Pero esa acumulación de fuerza preocupa a quienes alertan sobre el debilitamiento de los contrapesos.
El periodista León Krauze fue directo: “Mal termina lo que mal comienza”. Desde su podcast, criticó el proceso como caótico y viciado desde el origen. Los requisitos para ser juez fueron laxos y hubo favoritismo en las candidaturas. A esto se suma la posibilidad de que actores externos —incluso del crimen organizado— influyan en los resultados. La legitimidad de los nuevos jueces queda en entredicho desde el primer día.
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Más allá de México, el efecto podría extenderse por América Latina. Cárdenas advierte que caudillos podrían usar esta fórmula para controlar el Poder Judicial. Cita a Bukele, Milei y Chávez como ejemplos de líderes que erosionaron la independencia judicial. La elección mexicana, que debía fortalecer la democracia, podría estar sentando un precedente riesgoso para la región.