Hijo de César Rodríguez y Mercedes Olcay, este destacado arequipeño cursó estudios escolares en el histórico Colegio Nacional de la Independencia Americana, para luego trasladarse a Lima e iniciar estudios superiores en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sin embargo, las dificultades económicas lo obligaron a regresar a Arequipa, donde encontró su primer rumbo profesional como amanuense en una escribanía. Su destino cambiaría al ingresar a la Biblioteca Municipal, institución que dirigiría con entrega y visión durante más de cuatro décadas, de 1916 a 1959. En paralelo, integró el Grupo Aquelarre, círculo modernista que reunió a voces inquietas como Percy Gibson, Federico Agüero Bueno y Renato Morales de Rivera, en una efervescencia literaria que conectó también con el movimiento Colónida de Abraham Valdelomar.

Desde su puesto de bibliotecario, desarrolló una incansable labor de promoción cultural, compaginándola con una pasión personal por el conocimiento que lo llevó a ocupar la cátedra de Historia de la Literatura en la Universidad Nacional de Arequipa en 1930. Además de su vocación académica, cultivó la poesía, la narrativa y el ensayo, perfilando un estilo propio, profundo y de exquisita pureza idiomática. Su compromiso con las letras se reflejó en iniciativas como la edición de La Anunciación (1916), junto a Alberto Hidalgo, y su activa participación en El Aquelarre (1917), plataforma de expresión de su generación. Su legado, atravesado por una vida entera dedicada a las letras y a la cultura, se cerró el 12 de marzo de 1972.

NOCTURNO DESESPERADO

Esta noche estoy “triste hasta la muerte”,
como dijo el Rabí de Galilea,
que hasta el agua que bebo se convierte
en repugnante acíbar…así sea.

Sobre mi crudo invierno doloroso
la serpiente del tiempo se desliza
tengo la boca amarga, todo es soso
y el aire que respiro es de ceniza.

Si en el osario del ayer me pierdo
para encontrarme con lo que he vivido,
veo que hasta el cadáver del recuerdo
se pudre sin cesar en el olvido.

Y si quiero agarrarme del ahora
con mi terca ansiedad desesperada,
veo también que todo se evapora,
que mis manos están llenas de nada.

¿Que dónde voy, Señor, de senda en senda
con estos pasos por demás inciertos?
Voy a cumplir tu frase que es tremenda:
“que los muertos entierren a sus muertos”.