Por Christiaan Lecarnaqué Linares

SINOPSIS

Año 30 de nuestra era. En la provincia romana de Judea, un misterioso carpintero llamado Jesús de Nazareth comienza a anunciar la llegada del «reino de Dios» y se rodea de un grupo de humildes pescadores: los Apóstoles. Durante siglos, el pueblo judío había esperado la llegada del Mesías – personaje providencial que liberaría su sagrada patria e instauraría un nuevo orden basado en la justicia-. Las enseñanzas de Jesús atraen a una gran multitud de seguidores que lo reconocen como el Mesías. Alarmado por la situación, el Sanedrín, con la ayuda de Judas Iscariote, uno de los doce Apóstoles, arresta a Jesús. Acusado de traición a Roma, Cristo es entregado a Poncio Pilato, quien, para evitar un motín, lo condena a a morir en la cruz como un vulgar criminal.

Dos décadas después, La Pasión de Cristo sigue siendo una película difícil de ver. No necesariamente por retratar una historia de dolor y sacrificio, sino por la violencia extrema e innecesaria infligida al protagonista.

Lo que sobra en esta película es sangre, y el director Mel Gibson tenía esa intención: que los espectadores reflexionaran sobre el enorme sacrificio que hizo Cristo por nosotros.

Sin embargo, la violencia se vuelve innecesaria y repetitiva. Llega un punto en que ya no se cuenta una historia, sino que se muestra a un grupo de sádicos arrancándole la piel al personaje.

Hay muchas historias de dolor en el cine, pero se narran con sutileza, apelando a recursos como el sonido o la imagen para hacer notar el sufrimiento del personaje. En este caso, se repite una y otra vez que el protagonista está sufriendo, como si se echara sal a la herida para remarcar el dolor.

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Hay una intención clara del director de apelar al morbo para enviar un mensaje: así murió Jesús, baja la cabeza. Pero esta idea desvía la atención del fondo del asunto, ya que el espectador termina volteando la cabeza o cerrando los ojos, rechazando esas escenas sin reflexionar realmente sobre el sacrificio del Mesías. El personaje ni siquiera aparece digno, sino todo lo contrario: derrotado.

Todo iba bien, hasta que…

La primera parte de la cinta —por lo menos la primera hora— avanza bien. Es interesante, fluida y se apoya en una buena fotografía, decorados cuidados, vestuario de época y una música solemne.

Sin embargo, cuando llega el momento de azotar a Jesús, el tono cambia y la cinta se vuelve excesivamente violenta. He llevado la cuenta: Mel Gibson dedica cerca de 11 minutos a la escena del castigo, primero con una especie de palos y luego con látigos con clavos.

Incluso parece que no basta con ver la espalda destrozada; también es necesario dañar el pecho y voltearlo para dejar el cuerpo parejo de surcos y heridas abiertas.

No hay evidencia histórica de que este castigo se haya dado en tal proporción, aunque Gibson asume que así fue. Ese tramo de la cinta no es fácil de ver: la violencia se vuelve insoportable.

A partir de esa mitad, la película se vuelve repetitiva. Aumentan las tomas en cámara lenta del padecimiento de Jesús, se suma más sangre y mucho llanto. Si el filme hubiera mantenido el tono de la primera parte, otra habría sido la suerte de La Pasión de Cristo. Pero Gibson tomó otro camino y le quedó a medias.

Los aciertos están en su nivel técnico: fotografía, música, vestuario y diseño de producción. Además, es interesante cómo se trabaja la relación entre María y Jesús. El resto se le escapa de las manos.

Sugeriría La Pasión de Cristo para Semana Santa… solo si creen que una historia de fe está necesariamente vinculada al dolor extremo.