Escribe: Víctor Miranda Ormachea

La música no existe para ser ignorada, y, en su esencia más pura, es un acto de resistencia contra el silencio, sin embargo, gran parte de lo que llamamos «música» hoy es apenas un fantasma acústico: vibraciones que flotan en consultorios, supermercados o llamadas en espera. Este fenómeno, que Brian Eno elevó a categoría artística con su «Music for Airports» (1978), no debe confundirse con la música intrínsecamente deshumanizada: aquella creada sin intención, sin conflicto, sin la más mínima pulsión creativa. Es aquí donde convergen el bossa nova vacuo de las bodas, los algoritmos generativos de IA y ciertas expresiones de la música urbana. ¿Cómo discernir entre el vacío estéril y la innovación que se esconde bajo apariencias banales?

Muzak: La derrota de la intención

El muzak —término acuñado en los años 30 para designar música ambiental diseñada para alterar estados de ánimo— opera bajo una premisa utilitaria: ser ignorada. Composiciones como «Lovely Day» de Bill Withers, despojadas de su melancolía original y convertidas en versión instrumental para ascensores, pierden su textura emocional. Brian Eno, en cambio, subvirtió esta lógica: sus paisajes sonoros son activamente pasivos, exigiendo una escucha contemplativa. La diferencia radica en la intencionalidad.

La música generada por IA enfrenta críticas similares, pero su problema no es la falta de «alma» —concepto tan nebuloso como inútil—, sino la ausencia de tensión dialéctica. Cuando una IA emula a Bach, el resultado es un pastiche sin tensión creativa; pero cuando genera texturas aleatorias para videojuegos indie (como el soundtrack de «No Man’s Sky»), alcanza una funcionalidad artística legítima. El error no es tecnológico, sino contextual: confundir herramienta con artista, la tecnología no es estéril, su esterilidad depende de quién la maneje y con qué fines.

«Lovely Day» destaca por la notable habilidad vocal de Bill Withers, especialmente hacia el final, donde sostiene una nota durante 18 segundos, una de las más largas registradas en una canción pop estadounidense.

El caso de la música urbana: ¿Vacuidad o subversión encubierta?

Criticar el reggaeton por su supuesta superficialidad es un ejercicio tan predecible como estéril. La música urbana, como cualquier género dominante, oscila entre la fórmula comercial y la experimentación. Artistas como Rosalía — cuyo «El Mal Querer», fusiona flamenco con trap, avant garde o reggaeton — o C. Tangana — cuyo «El Madrileño», reinventa el trap como folklore posmoderno — demuestran que el mainstream puede ser un laboratorio de vanguardia. Incluso Yung Beef, pionero del trap ibérico, utiliza el exceso y la autoparodia como crítica social en construcciones sonoras varias veces sorprendentes.

En otro extremo, artistas como Arca y Meth Math, desintegran los límites del reggaeton, inyectando glitches, disonancias y samples de música industrial. Su obra no es “música de ascensor”, sino de laboratorio: caótica, impredecible, humana en su imperfección, un acto de violencia contra la expectativa.

Meth Math es un trío musical originario de Hermosillo, Sonora, México, integrado por la vocalista Angélica Ballesteros y los productores error.error y Bonsai Babies. Formado en 2016, el grupo se ha destacado por fusionar géneros como el reguetón experimental, el dembow y el pop electrónico, creando un sonido innovador y futurista.

¿Por qué percibimos alma en la música?

La neurociencia ofrece pistas sobre porqué ciertas músicas nos parecen «vacías». Algunos estudios revelan que la corteza prefrontal medial se activa cuando detectamos intencionalidad en un estímulo (Kapogiannis, 2009). Un tema de Bad Bunny con un cambio de ritmo abrupto («Tití Me Preguntó») genera sorpresa — y, por tanto, engagement—, mientras que una canción generativa de IA para publicidad de seguros sigue patrones predecibles, fallando en estimular dicho circuito.

Sociológicamente, la música deshumanizada refleja lo que Herbert Marcuse llamó “la dimensión unidimensional” del capitalismo tardío: productos culturales que niegan la contradicción, aplanando la experiencia estética. Pero aquí está la ironía: el mismo sistema que genera muzak también permite que un tema aparentemente banal como «Despacito», se convierta en un artefacto de resistencia cultural al globalizar el español y el reggaeton.

«La IA carece de conflicto existencial, pero también carece de ello el pianista que interpreta «The Girl from Ipanema» por enésima vez en un hotel».

El arte de no ser sólamente una herramienta

El “alma” en la música no es una cualidad metafísica, sino el rastro de una lucha: entre el artista y sus límites, entre la tradición y la innovación. La deshumanización no es cuestión de autoría (humanos vs. máquinas), sino de sumisión. La IA carece de conflicto existencial, pero también carece de ello el pianista que interpreta «The Girl from Ipanema» por enésima vez en un hotel.

Ya sea un algoritmo o un compositor anónimo, lo que condena al arte al vacío es la renuncia a interrogarlo todo. Como escribió Adorno: “La música light no es escape de la realidad, sino su resignación”. Y en tiempos de playlists automáticas, quizá la última transgresión sea escuchar algo — lo que sea — con verdadera atención.