Escribe Federico Rosado
Sartori (1924-2017), riguroso analista italiano de la teoría política y la democracia, sostiene «El gobierno es el conjunto de instituciones y personas que ejercen el poder político dentro de un Estado, con la finalidad de dirigir y administrar los asuntos públicos en beneficio de la sociedad».
No hay gobierno sin instituciones, personas, dirección, administración en beneficio de la sociedad, bajo el ejercicio legal y legítimo del poder.
Las instituciones y las personas son componentes configuradas en la autoridad política y dan forma al actuar democrático; esto dentro de una interdependencia cuya mínima falla deriva en crisis y/o cárcel.
North (1920-2015), eximio estadounidense en economía institucional, asegura: “Las instituciones son el conjunto de reglas, normas y costumbres formales e informales que dan forma a la interacción humana en una sociedad; reducen la incertidumbre, costos, canalizan el comportamiento; son un factor clave en el desarrollo económico y social”.
Uno de los componentes claves de la institucionalidad del gobernante es tener un equipo preparado, solvente, experimentado. Acaso es necesario ser adivino para pronosticar los daños ocasionados por las lluvias de estos días: tráiler hundido en la pista, corte de agua, desagües colapsados; como si por primera vez lloviera en Arequipa.
La autoridad se ciega con el poder, procede con ignorancia, designa a incompetentes, ningunea a los expertos, pontifica con sabiduría chabacana, subsiste en concepciones falaces para darse la razón.
Entonces, regresando a Sartori: la dirección se despista, la administración se caotiza, la gestión es mediocre; el resultado final es previsible, bretes por doquier, retrocesos en abundancia, gastos inútiles, problemas tornándose insolucionables.
Cuántas organizaciones han caído, perdido su reputación, desaparecido; cuántas “autoridades” han pasado a peor vida, olvidados y arrojados “al basurero de la historia” (Marx).