“Cada uno está solo sobre el 

Corazón de la

                  Tierra

Traspasado por un rayo de sol:

Y de repente llega la noche”

Por: Romario Huamaní

Don José está obsesionado con la lectura de las líneas anteriores, que pertenecen al poeta italiano Salvatore Quasimodo. Se retira del pequeño salón de libros y regresa presuroso con un ejemplar en las manos. Aquí se encuentra escrito todo el destino del hombre, entona su voz grave de modo que parezca una sentencia. Soledad, mundo, esperanza y la inevitable muerte solo pueden sugerir una cuestión: la vejez.  

José tiene 75 años. Sus ojos vidriosos apuntan directamente a los míos en busca de respuestas. Mueve sus brazos en la directriz opuesta a sus piernas. Su mirada se dirige a los diplomas que tiene. Piensa en silencio, mira hacia abajo y se incorpora sobre su asiento. Un incómodo silencio se apodera de la habitación.

—¿Qué piensa hacer con todos estos libros?, le interrumpo señalando con ambos brazos  las paredes con los libros apilados.

—Los libros comparten el mismo destino del hombre: el olvido.

José mantiene una notable salud pero no tiene esposa. Vive con sus hermanas mayores. 

—Creo que si hubiera llegado a tener hijos, estos  venderían mis libros por kilos en las ferias ambulantes. —Se ríe para sí como señal de burla. 

Su colección de textos sobre literatura arequipeña es exquisita. En su juventud  fue bibliotecario y en sus largos momentos de ocio disfrutaba visitando viejas librerías de Arequipa, tomando uno que otro sin advertencia. Él llamaba rescate y no robo a su cometido. Justificaba su comportamiento en su afán de hacer crecer su propia biblioteca. 

—Posiblemente los done a la biblioteca municipal o alguna universidad. —me dice resignado como señal de su avanzada edad. 

Nuevamente se distrae y baja su cabeza. ¿En qué estará pensando?

—Pero podemos… —mi voz es camuflada por la suya.

—Ven la otra semana para que puedas llevarte algunos. Primero quiero arreglar este desorden. —me detiene para acabar con el tema de conversación.

Los libros están acumulados en cajas de cartón encima de otras cajas. Libros en el suelo como torres apunto de caer. Incluso libros en el baño para facilitar la “liberación”.

El celular de José suena. Se levanta y responde: No estoy, no me interesa. Y corta.

—Como tú eres joven quizás no te aterra estos tiempos. Pero yo ya que estoy viejo me siento terrible con cada estupidez que dicen en televisión. Por eso prefiero vivir rodeado de libros.

Entiendo perfectamente la diferencia generacional y los problemas a los que se refiere. 

—No escuches reguetón hijo —me aconseja para evitar más explicaciones y ejemplos. 

He logrado acceder a este solitario señor para tomar unas fotos de un libro poco conocido de terremotos en Arequipa. Mientras saco la cámara de su estuche me detengo a ver su cabellera blanca y su dificultad para respirar. La mirada perdida en sus pensamientos y la desidia en sus palabras.

—No cometas el mismo error que yo. Guarda todo lo que produzcas.

Es inevitable pensar en las cosas que uno realiza para buscar trabajo. 

—Aquí nadie me conoce, es que yo nunca me preocupé por eso. Antes la vida era diferente, los valores… 

No busco profundizar en esto pero él continúa con sus descargos .

–Arequipa se está convirtiendo en una ciudad analfabeta. A pocos les interesa conocer su historia, todos viven por vivir. 

Yo le comparto algunas diferencias y nombres de jóvenes que están haciendo algo en la ciudad. 

— Te debes estar aburriendo con lo que digo. No me hagas caso.

Y nuevamente sonríe disimulando su enojo. 

Al finalizar la toma de fotos le explicó que saldrá en la edición dominical del diario dónde estoy trabajando. También la entrevista de la semana pasada como parte de la investigación. 

–No te preocupes, tú me avisas si necesitas algo. 

Son las 5 de la tarde y José tiene un compromiso en la biblioteca Vargas Llosa. Recibirá una condecoración del gobernador regional. 

Le indico la hora desde mi celular y me dice que nos hemos pasado de la hora. Intenta llamar a su amigo que le responde enojado. 

Resuelto en la conversación que estamos teniendo le dice a su amigo que no podrá venir por un problema de salud. Está mintiendo.

—A mi edad puedo hacer lo que yo quiera, ¿no? 

Y continuamos revisando unos libros para incluir en la bibliografía que estoy reuniendo. Con la cámara en mano continuó tomando fotografías. Él sonríe y sale a traer algo

—Espérame un rato, ya vuelvo. 

En realidad el viejo no necesitaba de condecoraciones, quizás solo de la compañía de un amigo. Se muy bien que traerá algunas golosinas como la semana pasada.

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