Ernesto Noboa Arredondo (1839-1873) fue un poeta notable que, a pesar de su breve vida, dejó una marca significativa en la literatura peruana. Testigo adolescente de la guerra liberal de 1857 contra el despotismo centralista, Noboa se adelantó a su tiempo con obras como Lelia, una novela en verso que anticipó en tres décadas los temas de María Nieves. Su estilo renovó la poesía arequipeña al abandonar el patriotismo fácil y los conflictos morales habituales, para adoptar un enfoque más sensual y «pagano», caracterizado por el exotismo y una estética cercana al simbolismo.
En su poesía, Noboa exploró un parnasianismo donde lo exótico fluía con libertad, destacándose versos como: «Sus lindos pechos que el amor respeta / Libres del blanco y pertinaz corpino / Desnudos tiemblan entre el vago aliño / como en su tallo la gentil violeta». Este enfoque marcó una ruptura con la tradición de su época, posicionándolo como un precursor de nuevas corrientes literarias que iban más allá de la nostalgia patriótica o las glorias perdidas. Su obra reflejaba una sensibilidad más íntima y personal.
Tras su muerte, los poetas que lo sucedieron retomaron el espíritu romántico de Noboa, pero enfatizaron la lucha entre el idealismo casi beato y los tonos nostálgicos de la realidad. Este cambio, sumado a los eventos históricos como el 2 de mayo y la guerra con Chile, consolidó una transición hacia una poesía marcada por el duelo nacional y la exaltación de momentos trágicos. Noboa, sin embargo, permanece como un autor que abrió las puertas a una visión más estética y universal de la poesía peruana.
Estoicismo
[En: Lira Arequipeña. Manuel Pío Chávez y Rafael Valdivia. Arequipa, 1889]Dulce es mirar; desde empinada roca,
la luna entre celajes escondida;
dulce es oír la entonación perdida
del aura flébil que las flores toca.
Dulce es libar en la hechicera boca
de una mujer, para el amor nacida.
la savia encantadora de la vida
que evaporarse al corazón provoca.
Dulce es en fin, aunque al placer no cuadre,
ver el dintel de la virtud abierto,
y en la alba sien de nuestra tierna madre,
pasar el labio tembloroso y hierto
pero, aunque al mundo mi opinión taladre,
presumo que es más dulce el estar muerto.