Escribe: Víctor Miranda Ormachea
El reciente escándalo cultural en Lima, donde la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) censuró la obra teatral “María Maricón”, argumentando una supuesta afectación a valores religiosos, pone en evidencia un tema que atraviesa no solo el arte escénico, sino todas las formas de expresión cultural: el prejuicio. La obra, descrita como una exploración de la identidad, el género y la religión, fue cancelada bajo la presión de grupos extremistas refugiados en bastiones conservadores y dogmáticos. En este acto se resume una dinámica que también afecta a la música y otras manifestaciones artísticas: la condena a lo desconocido basada en preconceptos, temores y, en muchos casos, ignorancia deliberada.
De forma análoga sucede en la música popular contemporánea, muchos discos son juzgados sin ser oídos ni una vez. El último trabajo de Bad Bunny, “DeBÍTiRAR MáS FOToS”, es ejemplificante. Aunque su autor ha provisto un especial esfuerzo para su concepción, ha sido objeto de críticas feroces por parte del sector musical conservador (léase rockeros). Fundadas únicamente en la fama del autor o en opiniones ajenas. De manera similar, en su momento “Motomami” de Rosalía fue rechazado por quienes esperaban otro “Mal Querer”. Y “El Madrileño” de C. Tangana desató la ira de puristas que no toleraron su hibridación de flamenco y ritmos urbanos. De hecho no es un fenómeno reciente, la obra de Niño de Elche, ha causado urticaria en la España tradicionalista por su exploración radical del flamenco y la experimentación sonora. E incluso el propio Camarón de la Isla, ahora ídolo intocable, enfrentó críticas desacreditadoras cuando lanzó su legendario álbum “La Leyenda del Tiempo”, que fue considerado una alevosía contra el flamenco clásico.
El cerebro prejuicioso: una máquina de atajos
La neurociencia explica al prejuicio como un mecanismo evolutivo diseñado para ahorrar energía. Daniel Kahneman en “Thinking, Fast and Slow”, señala que nuestro cerebro opera en dos sistemas: uno rápido y automático (Sistema 1) y otro lento y deliberativo (Sistema 2). El prejuicio pertenece al Sistema 1, que recurre a atajos mentales basados en experiencias pasadas, contextos culturales o información superficial para tomar decisiones rápidas. Si bien este sistema fue útil para evitar amenazas en entornos ancestrales, hoy se convierte en un obstáculo para procesar información compleja, como una obra de teatro o un disco de música experimental.
Por otro lado, la psicología evolutiva sugiere que nuestro instinto tribal nos lleva a confiar en opiniones compartidas por el grupo con el que nos identificamos. En el caso de la música, esto significa que si el entorno considera que Bad Bunny es una abominación musical, el prejuicio colectivo se solidificará, independientemente de si su último disco contenga momentos de innovación o talento indiscutible.
El arte como reflejo del entorno y la sociedad
Otro caso emblemático es el de Rosalía, cuando “Motomami” salió al mercado, muchos se apresuraron a descartarlo como una traición al legado flamenco que hasta entonces había detentado la artista, sin detenerse a escuchar cómo la española había sincretizado géneros como el reggaeton, el jazz, el pop, y la música experimental en un artefacto propio de nuestros tiempos. De manera similar, “El Madrileño” de C. Tangana fue acusado de “apropiación” antes de que críticos más atentos destacaran su capacidad para reimaginar el flamenco desde una perspectiva global.
Estos ejemplos no solo muestran la fuerza del prejuicio, sino también su fragilidad. Una vez que “Motomami” ganó premios internacionales y fue respaldado universalmente por artistas y críticos influyentes, sus detractores iniciales cambiaron de opinión. Pero en muchas ocasiones en las obras no son objeto de reivindicación como ha pasado con “María Maricón”, que no tuvo la oportunidad de defenderse en su propio escenario.
Censura y extremismos: el riesgo de no escuchar
El prejuicio, cuando se institucionaliza, se convierte en censura, y la censura es, siempre, un acto de miedo. En el caso de la PUCP, la presión de grupos conservadores refleja no solo un rechazo al supuesto contenido de la obra, sino una incapacidad para lidiar con las ideas que esta representa. Este extremismo, ya sea en forma de conservadurismo religioso o de purismo cultural, termina condenando tanto a quienes lo practican como a las causas que dicen defender.
La etología, ofrece una lección interesante aquí, en especies sociales, los comportamientos extremistas tienden a ser penalizados por el grupo porque generan división. Los humanos, sin embargo, parecemos propensos a reforzar estos extremos, más aun en tiempos de redes sociales, las cuales amplifican las voces más polarizadas.
Deliberación, concientización y criticismo
¿Qué podemos aprender de estos casos? Primero, que el arte merece, al menos, el beneficio de la duda. Escuchar un disco completo, ver una obra de teatro en su totalidad, o incluso leer una entrevista con el autor, son actos de deliberación que desafían nuestros prejuicios automáticos. La ciencia ha demostrado que la plasticidad del cerebro humano nos permite cambiar de opinión incluso en etapas avanzadas de la vida, siempre que estemos dispuestos a cuestionar nuestras creencias iniciales.
En segundo lugar, debemos reconocer que el extremismo, ya sea en forma de purismo musical o censura cultural, no construye, sino destruye. Al cerrar espacios para la innovación y el debate, no solo perdemos oportunidades de crecimiento individual, sino que también debilitamos el tejido cultural colectivo.
En conclusión, el prejuicio es una elección. Elegir escuchar, reflexionar y debatir son actos que, aunque más demandantes, nos acercan a una comprensión más completa del mundo y de nosotros mismos. Seguir condenando antes de escuchar, nos condena a nosotros mismos a un mundo empobrecido, donde lo único que permanece es el feedback de nuestros propios prejuicios.