Por: Sarko Medina Hinojosa

El restaurante que por la tarde funciona como cantina está casi vacía cuando llego. Son las tres de la tarde y solo hay dos parroquianos dormitando en una esquina. Don Pedro Huamán, el tío de Joaquín, me hace señas desde una mesa al fondo. Antes de que pueda sacar mi celular para grabar, llama al mozo, o por lo menos puedo creer que lo es, vestido de polo y shorts, sus piernas son alicates andantes.

—¡Oye, Chato! Tráete dos chelas bien heladas pa’ comenzar. —Me mira y sonríe con tristeza— Estas historias entran mejor con cerveza, señor periodista. El dolor pasa mejor con un poquito de cebada.

Quisiera explicarle que desde hace años la empresa que domina el mercado de la cerveza en el Perú hace la bebida con maíz, pero sería entrar en una bronca innecesaria. El llamado Chato trae las botellas empañadas. Don Pedro toma un largo trago antes de empezar. Ya prendí la grabadora del celular y quieto apunta hacia mi fuente.

—A ver, ¿qué quiere saber del Joaquín? ¿Del rayo o de cómo terminó todo?

—De todo, don Pedro. Desde el principio.

—Pucha, pa’ eso necesitamos más chela… —hace una pausa y toma otro sorbo— Mire, el Joaquín era un muchacho tranquilo, estudioso. Quería ser veterinario, pero más que todo era pelotero. 

—¿Ustedes lo animaron a profesionalizarse?

—¿Y eso que es, con qué se come?, bájate oe, eso será en tu mundo del Bocón, chicos que de la sierra llegan a equipos mayores no existe aquí, a las justas cien soles llegan a ganar por partido y con eso ya están contentos. 

—Entonces…

—Escucha, esto no es para que escribas una historia llorona. Él jugaba cada domingo en la liga del barrio. Cada semana bajaba con nosotros y listo, a jugar, pero, ese día… —sacude la cabeza— ese maldito día estaba nublado, pero igual bajamos a la cancha.

El primer par de cervezas desaparece. Don Pedro se acomoda en su silla, y después del segundo trago largo a las nuevas cervezas, sus ojos brillan con nostalgia. De repente, agarra una servilleta como si fuera un micrófono y su voz cambia.

—¡Y ahí va el Joaquín, señores! ¡Qué manera de correr del muchacho! Como choro en calle desierta. ¡Miren cómo gambetea! Uno, dos, tres rivales… ¡Mamita querida, esto es un hayno! El Joaquín, se acerca al área, las nubes negras amenazando sobre el estadio de Coto Coto, pero a este muchacho ni el clima lo para… ¡Prepara la derecha! El arquero tiembla como gelatina en cumpleaños… ¡Y…!

Don Pedro hace una pausa dramática, baja la servilleta y su rostro se ensombrece.

—Ahí fue cuando todo se puso blanco, periodista. Como si alguien hubiera encendido mil focos a la vez. Después, solo gritos…

Lo demás es pura especulación de su parte, se pierde entre leyendas y lloros, esquelas de bendiciones y sabiduría popular. Miedos ancestrales.

—¡Chato! ¡Otras dos! Mire, periodista, para decirle la verdad, cuando cayó el rayo, yo estaba en la tribuna. Vi todo. Cinco cayeron, se levantaron, pero el Joaquín no. Pasaron dos meses y de allí se paró como si nada. Bueno, eso creíamos… ¡Hasta bailó en la fiesta del barrio la semana pasada! Todos decían que era un milagro.

Las nuevas cervezas llegan. Don Pedro las mira como si contuvieran todas las respuestas del universo.

—¿Sabe qué me dijo esa noche? «Tío», me dijo, «he vuelto a nacer. Diosito me dio otra oportunidad». —Suelta una risa corta— Si hubiera sabido lo que venía después…

Media hora, cuatro cervezas más tarde, don Pedro golpea la mesa para enfatizar sus palabras. Sus botones están flojas en su camisa que tiene manchas de cerveza derramada.

—¡Le digo que es verdad, carajo! ¡El Joaquín soñó con la muerte! —su voz se ha elevado considerablemente— Un par de días antes del accidente, se despertó gritando. Me lo contó su mamá… 

Me mira con ojos vidriosos pero insistentes.

—La muerte le dijo… —baja la voz dramáticamente— «Joaquincito, te me escapaste una vez, pero tenemos una cita pendiente». ¡Así mismo! Y el cojudo no hizo caso, pues. Siguió viajando a Lima por esa flaca.

Por fin. Allí está mi presa. Espero que suelte el dato antes de perderse en tonteras. Error, esperé demasiado. Don Pedro ahora gesticula ampliamente con cada palabra.

—¡Pero eso no es todo! El Joaquín tenía poderes después del rayo. ¡Podía predecir la lluvia! Si le dolía la pierna, esa que nunca nos dijo que estaba mal, ¡zas! Caía el aguacero. Como un meteorólogo, pero sin satélite, ¿me entiende o te lo dibujo periodista?, no sabes, si por allí alguien le llevaba el celular, lo sabía desbloquear, aún con clave de números y esos dibujos, por las noches la gente le contaba sus sueños y él les decía de qué iban a morir.

Toma un largo trago y continúa, cada vez más exaltado.

—La última vez que lo vi… ¡carajo! Me dijo: «Tío, he visto mi funeral en sueños». ¿Y sabe qué? ¡Fue igualito! Mismo ataúd, mismas flores, hasta el mismo cura que se equivocó con su nombre en la Misa y dijo “Macuin”. ¡Igualito!

Las últimas luces de la tarde se cuelan por las ventanas sucias. Don Pedro está en su décima cerveza, y sus historias se han vuelto cada vez más fantásticas. Decido que es momento de terminar la entrevista.

—No pues, esto se pone bueno.

—Aun no me ha dicho el nombre de la chica por la cual viajó a Lima, solo por eso lo contacté.

—Y te digo más —insiste mientras intento guardar mi celular— ¡La flaca era una sirena! Por eso lo embrujó. El Joaquín me lo confesó porque era el único que conocía su historia de amor: «Tío, cuando canta, veo el mar». ¡Y eso que nunca había ido a la playa! Ella lo embrujó por esa vaina del Tiktok o no sé, pero después del accidente, ya no quería jugar, solo volver a estudiar, ni siquiera quería hacerla de brujo, pero cuando la conoció, solo tenía ojos para ella en la pantalla, dejó de trabajar, de ayudar a sus padres, naides le prestó plata para que vaya a Lima, él estaba cagado por ella y solo quería ir a verla, terco se puso.

—¿Y ella se llamaba…?

—María Corina, es del Callao. 

Listo. Mientras me pongo de pie, don Pedro sigue hablando, su voz mezclándose con la música del parlante moderno de pedestal.

—¡No se vaya! Todavía no le conté de cuando puso su pie malo en la acequia y los sapos empezaron a cantar el Himno Nacional…

Me despido con un gesto de fastidio y camino hacia la puerta. Antes de salir, miro hacia atrás, se hizo un silencio raro. Don Pedro se ha quedado quieto, su rostro repentinamente serio y sobrio, mirándome fijamente.

—Todo es verdad, periodista —dice con una claridad—. Cada palabra. Lástima que con tanta suerte no se le ocurrió comprar la Tinka y hacernos ricos a todos.

La noticia, aparecida en todos los noticieros por unas cuantas horas, sacudió a todos: el sobreviviente a un rayo que cayó en pleno partido de fútbol, terminó muerto meses después en un accidente de tránsito, una volcadura. Joaquín, el muchacho promesa del deporte, que quería seguir Veterinaria, robó una camioneta de la Municipalidad de su pueblo y se enrumbó a Lima, la jabonosa pista por las lluvias lo condujeron a derrapar en una curva y al fondo de un abismo. Sus parientes me confirmaron que estaba mal de la pierna y nunca quiso que lo vean, creen que esa pierna le falló en algún momento en el viaje y de allí la volcadura. Una tía me confirmó que hablaba de un amor imposible con su tío Pedro.  

Mi fuente termina de tomar su último vaso y añade, más para sí mismo que para mí:

—Pero ya sabes periodista: pelo de concha jala más que yunta de bueyes, cuidado.

Mientras salgo a la calle, con ochenta soles menos, el sol tiñe las nubes de un rojo intenso. A lo lejos, un trueno retumba en las montañas, y por un momento, muy breve, casi creo cada palabra que me ha contado Don Pedro, si no fuera que María Corina es, o era mi enamorada y yo solo quise venir a comprobar la historia del que también terminó embrujado por su belleza tiktokera. Y por la historia para el diario, que todo en esta vida sirve, menos el amor, el amor puede cambiar hasta la suerte del más afortunado de los hombres.

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