Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, celebró el acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes en Gaza como un logro propio. A través de su red Truth Social, atribuyó el avance a su victoria electoral, argumentando que su futura administración proyecta estabilidad y seguridad global.
La tregua, mediada por Egipto, Catar y Estados Unidos, pone fin a más de un año de ofensiva israelí en Gaza. Sin embargo, expertos cuestionan la afirmación de Trump, señalando que las negociaciones habían iniciado mucho antes de las elecciones y que su intervención directa parece limitada.
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Trump aseguró que su gobierno trabajará con Israel para evitar que Gaza sea un «refugio para terroristas». Este enfoque resalta un desafío histórico: equilibrar la seguridad israelí con la reconstrucción de un enclave devastado por la violencia.
Mientras tanto, el presidente saliente Joe Biden, quien supervisó los esfuerzos diplomáticos finales, no ha comentado sobre las declaraciones de Trump. La aparente omisión subraya las tensiones políticas entre las dos administraciones en un momento de transición crítica.
Fuentes de Hamás confirmaron que los desacuerdos clave se resolvieron tras la entrega de mapas de retirada israelí. Este gesto fue crucial para avanzar en las negociaciones, destacando el papel de los mediadores más que el de figuras políticas externas.
La atribución de Trump de este acuerdo como un éxito propio refleja su estilo característico de capitalizar eventos internacionales. Sin embargo, la tregua en Gaza es un recordatorio de la complejidad del conflicto y la importancia del trabajo conjunto, más allá de cualquier discurso político.
La comunidad internacional ahora observa si este alto el fuego será sostenible o si enfrentará las mismas dificultades que han marcado los intentos previos. El reto radica en convertir esta pausa en una oportunidad para el diálogo y la reconstrucción en la región.